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"Hoy sí, mañana también" de Rosquillas Chocolateadas

Escribe: Jaume Tarascó
 
 
 
Ilustra: Claudia Kidai
 
Hoy sí, mañana también
 
No sé cómo he terminado aquí. Otra vez. La última vez me prometí que sería la última. Por increíble que parezca estamos los de siempre. Despojos de la sociedad que no encuentran su lugar, zorras y vividoras de mi misma altura y ese tipo de hombre que hace que te cambies de acera por miedo de ser violada, te agarres el bolso por la calle o prefieras estar de pie después de un día exhausto antes que sentarse a su lado en el. He vuelto y me siento culpable por ello, soy incapaz de negarlo. Pero aquí me siento segura, con posibilidades de hacer algo bien, de seguir hacía delante. Ser la menos sombría me hace ser mejor que ellos y eso despierta mi autoestima durmiente. Es mi última oportunidad y hoy pienso aprovecharla. Hoy será el día en que mi vida cambie para siempre.
 
Presiden la sala un reloj gigante, y un señor escuálido con un fino bigote italiano, vestido con lo que podría ser el traje con el que alguien fue enterrado hace varias décadas. Éste nos da las mismas instrucciones de siempre. ¿Realmente piensa que hay alguien nuevo? Cinco minutos, no puede haber contacto físico, la campanilla es cambio inmediato, la bocina es rotación, el tercer trozo de pizza rancia no viene incluido y se debe pagar un dólar y medio. ¡Qué romántico todo! Estoy húmeda de la emoción. La aplicación esa para ligar es más frívola todavía, hay que hacer las cosas a la manera clásica. Me siento tan patética de estar aquí como la primera vez que vine. Aún tengo esperanza. Todos sabemos que el patetismo y la esperanza son febriles amantes. Látex, tacones y cuero, el Patetismo puso cera caliente en los pezones a la Esperanza, la Esperanza olvidó la palabra de seguridad. Todo un puto problema. Como mi vida.
 
Veamos, el menú de hoy es bastante interesante y deprimente. Un tipo que afirma ser Batman, viste como él al menos, me preocupa que lleve la capa extremadamente bien planchada. ¿Vivirá con su madre?, me dice que es huérfano. Es gay o tiene chacha. Le sigue un fantasma, literalmente. Habla de su enemigo, dice que les roba las frutas y suena como si te metes el meñique en el oído y lo mueves. Menudos 10 minutos que llevo. Llega un hombre mayor, podría ser mi padre. Es mi padre. Toco la campanilla. Acabo de evitar la situación incómoda de la noche. El siguiente lleva gafas de sol, parece agradable, su pelo es naranja y dan ganas de abrazarlo. Dice que es famoso, que es la imagen de una gran marca de patatas pero por temas de confidencialidad no puede decir públicamente quién es. Llevo comiendo sus ganchitos desde que era niña. Me pregunta si hago anal. Me juro que no volveré a pisar este lugar. De repente, no puedo evitar pensar que moriré sola, sola y siendo comida por mis gatos, mis vecinos se enterarán de mi muerte semanas después por culpa del hedor de mi cadáver en descomposición. No merezco estar sola. No quiero estar sola. No puedo estar sola. La bocina hace que vuelva a la realidad.
¿Quién es él?
 
Parece normal. No debería estar aquí rodeado de todos nosotros. ¿Se habrá perdido? Huele bien. ¿Quizás es tartamudo? Ah, pues no, su voz es dulce y cálida. ¿Le faltará algún dedo? Ocho, nueve y diez, los tiene todos y ningún anillo. Desborda inteligencia por todos lados, es mordaz y carismático. Tiene buen gusto, es culto y sensible. Quizás es ÉL. Huele a hogar y eso me hace sentir tranquila y confiada. Me pregunta si es la primera vez que vengo a un sitio de estos, le contesto que si, pero sabe que le estoy mintiendo. Me sonríe y dice que quiere llevarme a cenar.
 
Estoy feliz y eufórica. Increíblemente todo está saliendo bien. Es escritor, está investigando unos crímenes acerca de unos cuentos infantiles africanos y acaba de volver de un retiro espiritual con otros escritores. Es la persona más interesante que he conocido nunca. No me había fijado pero lleva una cruz, le pregunto y me afirma que es de la Iglesia del Credo. Tomo vino y carne cruda, él aún tiene la bragueta subida. Alguien de la mesa de al lado parece ahogarse con un trozo de filete de solomillo. Se está ahogando, un hombre se levanta para socorrerlo. Le propongo hacer la última copa en mi casa. No recuerdo si voy depilada. Pide la cuenta, firma el recibo con un sencillo “Sr.137”. Nos marchamos.
 
El suelo de la cocina está frío. Noto su caderas golpeado contra las mías. Me duele y no quiero que pare. Me quedo sin aire y me agarra el cuello. Otra vez y otra vez y otra vez. Nos movemos, estoy exhausta. Y otra vez. Me quedo dormida.
 
Entreveo que se está vistiendo, se está yendo. Y me ha despertado sin querer. Se da cuenta y me susurra algo. Creo que dice “Me has conocido en un momento extraño de mi vida”. ¿De verdad acaba de usar “El club de la lucha” conmigo? Será hijo de puta, me ha usado y creo que me había enamorado. 
 
Amanece y me despierto; mi libro de “El club de la lucha” está a mi lado. Por si no tenía suficiente en citármelo en su momento de fuga, me lo deja para regodearse. Lo abro, ahora está firmado. Pone Palahniuk. Hay algo escrito: “Cuando tu mundo se desmorone, ven al mío”.
 
Sábado otra vez, por fin. Vamos allá.
 
Parece mentira que esté aquí de nuevo, me juré que no sería tan patética. Y aquí estoy por enésima vez con el corazón roto deseando ser salvada por alguien un poco mejor que yo. Me dan asco ellas y me dan asco ellos. Todos me repugnan. Pero son lo único que tengo. Bueno, les tengo a ellos y a mi desesperación. Hoy vengo depilada. No estaré sola, hoy será el día en que mi vida cambie para siempre. Otra vez.
 
"Hoy sí, mañana también" de Rosquillas Chocolateadas
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"Hoy sí, mañana también" de Rosquillas Chocolateadas

ESCRIBE: Jaume Tarascó ILUSTRA: Claudia Kidai

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