Escribe: Eva García
 
 
 
 
Ilustra: Nieves Collado
¿Cómo os conocisteis?
Instituto.
A cada latido 
 
Me has conocido en un momento extraño de mi vida. Últimamente me late el corazón demasiado rápido, demasiado fuerte. Lo siento a cada contracción. Me palpita el cuerpo entero, me retumba la cabeza. Estoy seguro de que se me va desintegrando el cerebro, la consciencia, a cada latido. Boom-boom, una decena de conexiones neurológicas desaparecen. Boom-boom, un par de recuerdos felices borrados. Ni siquiera logro entender cómo podía levantarme a diario lleno de energía y con ganas de disfrutar y descubrir el mundo. Con este latido me vuelvo más hermético; con el siguiente, más hosco. Tengo presente mi corazón a cada momento y, sin embargo, me conquista la indolencia. Pero no me siento sereno, estoy triste, hundido. Lo que me aterra es que esto es mucho mejor que lo que me espera mañana. Imagino que mi futuro, si lo llego a tener, consistirá en ser un completo muerto en vida. Al menos hoy aún siento algo, aunque sea desánimo y angustia. Es una verdadera tragedia que no pueda atenderte como mereces. No me culpes, pero sobre todo no te culpes. Yo no soy así… no era así. Las circunstancias me han transformado. He estado cara a cara ante el monstruo que hay en mí por querer combatir al que existe en otros y he tenido que acabar rindiéndome ante él. Intentar eliminar la maldad de otros, me ha convertido en alguien peor que ellos. Me alegro de haber detenido las barbaridades de este ogro… mis barbaridades, pero no hay vuelta atrás, ya me es imposible separarme de él. Todos tenemos uno en nuestro interior y te aseguro que no está tan escondido como creemos. Cuesta poquísimo activarlo. Los afortunados consiguen dormirlo en cuanto perciben que empieza a despertarse, otros le permiten que salga unos instantes transformándose entonces en demonios ciegos y amnésicos. Algunos de estos necesitan días, incluso semanas, para lograr apaciguar de nuevo al leviatán. Pero cuando se cruza la frontera que yo he atravesado, a pesar de que uno se escude tras las más razonables justificaciones, como hice yo, se transgrede la humanidad y la insensibilidad es entonces el único modo de supervivencia.

Me has conocido ya quebrado y sin posibilidad de recuperación. He sido abducido y no hay ángel que me redima. Aún quedan algunas gotas de lo que fui. Tómalas, llévatelas en honor a quién un día fui. Bébelas antes de que pase otro día o acabarán desapareciendo sin más, sin embargo de esta manera, ampararás en ti mis últimos suspiros de compasión.
A cada latido, me enfrío un poco más, se me evapora otra lágrima. Yo ya no soy yo sin mi risa ni mis llantos. Y no sabes cuánto siento que me hayas conocido en esta situación, aunque imagino que es a la gente como yo a la que sobre todo sueles acercarte y que debes estar acostumbrada a ser testigo de atrocidades. Si nos hubiéramos encontrado una semana antes..., quizás hubiera incluso bastado con haber vislumbrado tu sombra un solo día antes, no creo que hubiera hecho lo que hice, lo que aún no sé por qué hice. Cumplí órdenes, me dejé llevar, me sentí justiciero. Pero hoy sé que el ojo por ojo, diente por diente es de lo más indigno y cruel. Debería haber reflexionado sobre lo que se me pedía, sobre por qué se me pedía y sobre todo, haberme puesto en el lugar del otro. Nadie tiene derecho a juzgar y menos a tomarse la justicia por su mano o por las de otros a los que aceptamos como superiores.

No sabría, no podría dejar que te acercaras a mí. Me voy definitivamente al otro lado. Acabo de cruzar el umbral. Tú no existes aquí. Ni siquiera se permite que vengas de visita. Te vemos al otro lado y sabemos que no te merecemos. Yo sé que ya no te merezco. Y no vamos a permitir que atravieses esta puerta. Alguno de nosotros ha tenido el valor de volver a tu lado. Me cuentan que han visto incluso como les abrazabas, como les insuflaste vida de nuevo, pero el autoperdón, aunque sea con tu ayuda, es complicado. Es más común, por ser más fácil, el autocastigo. Y yo ya me he exiliado. Mi decisión está tomada. Alea jacta est. Dedícate a otros que puedan convivir con sus horrores, con sus terrores. Yo ya soy monstruo irreversible.
Agradezco infinitamente la luz que me has dado durante estos minutos previos a mi destierro. Por un momento he pensado que podría agarrarme a ella, pero cuando me he atrevido a adelantar mi mano unos centímetros para intentar tocarla con la punta de mis dedos, he sabido que se oscurecería si me acercaba un poco más. No tengo nada que ofrecer. Sólo soy una carcasa. Estoy completamente vacío. No puedo recuperar mi alma, se fue con el último grito de mis ajusticiados.

No lo intentes de nuevo, me rindo ante mi realidad y la tuya ya no tiene cabida en mí. No malgastes más tiempo conmigo, hay tantos a los que salvar. Me alegro de haberte conocido, de saber que estás ahí para cualquier tipo de persona, incluso para aquellas que no merecen se las llame así, pero mi juego está ya perdido. He atravesado esta puerta para siempre. Me he trasladado a este lado. Agotaré aquí los pocos latidos que me quedan. La supervivencia no es vida y estás contracciones en mi pecho que van ensordeciendo mi cuerpo han acabado con mi voz. Voy a apagarme voluntariamente. Un último bramido diastólico para detonar mi estallido. Una última inspiración antes de volatilizarme. En el fondo, has vuelto a ganar la partida acompañándome hasta el final. Hasta ante la muerte, se sea o no creyente, uno aspira a alcanzar una vida mejor, aunque ésta equivalga a la nada. Esta es nuestra última opción... en mi caso, la única, pero a cada latido, siempre tú, Esperanza.
"A cada latido" de Ilustraratos
Published:

"A cada latido" de Ilustraratos

ESCRIBE: Eva García ILUSTRA: Nieves Collado

Published:

Creative Fields