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"Autofobia" de Conde Dooku de Olivares

Escribe: David Fernández García
Web: randomtopic.es

  
Ilustra: Borja Cuéllar García
Webcuellarilustracion.blogspot.com
 

Autofobia
 

El cuarto permanecía completamente a oscuras, cerrado y aislado del exterior, sin ningún reflejo, brillo o claridad que pudiera dar forma a los objetos que llenaban el baño.

Él permanecía quieto y en silencio, temeroso del temor y atenazado por el terror de lo que allí habitaba. Notaba a su alrededor la pesada oscuridad, el aliento tibio y la presencia del miedo, justo delante de él. 

Cuando permaneces mucho tiempo quieto las sombras se vuelven densas, el aire cargado y el vacío pasa a estar lleno de acechadores que te buscan, en esta ocasión solo uno.

No podía mover ni un músculo, el pánico le invadía de tal manera que sentía su cuerpo cristalizado, como si cualquier movimiento pudiera quebrarlo en mil pedazos.

Estaba de pie, mirando fijamente a la nada pero sabiendo que tras ella estaba el culpable de su terror. Tras el velo sombrío se ocultaba la fuente de todo mal, el enemigo que le acechaba allí donde fuera, el monstruo que diezmaba su salud día a día.
Cerró los puños con fuerza y sintió como su piel se tensaba, respiró profundamente e intentó recuperar la decisión con la que se había levantado esa mañana, en la que había decidido enfrentarse a su cazador, dejar de ser la presa e igualar la contienda. Era más difícil de lo que había creído, se sintió muy valiente al abrir los ojos horas antes, pero el valor parecía haberse ido diluyendo según había ido pasando el tiempo mientras llegaba al cuarto de baño.
No es que no pudiera luchar contra él en otro lugar, había cientos de sitios donde podían enfrentarse, pero quería un lugar donde su enemigo fuera fuerte, un sitio que dejara claro que ya no le temía.

- Eres un cobarde, has creído poder hacerme frente y mírate, temblando como una niña en la oscuridad – su voz perforó mi garganta, notaba sus palabras en mi boca, resecas y rasposas.

- No dejaré que me sometas más… no permitiré que dictes mis actos, esto tiene que acabar aquí y ahora – no tenía la determinación ni la fuerza del acechante pero había conseguido hablar y eso ya era mucho.

- Veo que esta vez estás muy convencido, crees poder hacerme frente y vencerme aquí donde soy mas evidente que en cualquier otro lugar – sus palabras le minaban la moral y le recordaba todas las derrotas que había recibido antes.

- Te quiero fuera de mi vida, yo antes no era así, era normal como el resto y vivía feliz hasta que apareciste tu – las voces se igualaban; poco a poco ganaba firmeza.

- ¡Idiota! No puedes sacarme de tu vida, tu vida me pertenece, te conozco bien, sé como eres y eres mío – en ese punto siempre sentía como sus fuerzas desaparecían, pero en esa ocasión se quedaron con él.

- Puedo y lo haré, me has conocido en un momento extraño de mi vida, antes no hubieras sido rival para mi. Has tenido suerte, hasta hoy – el silencio volvió a reinar en el cuarto, relajó la tensión de los puños; había aguantado bien.

Su mano temblorosa se abrió y fijó con su mirada el lugar donde estaba el interruptor de la luz. Era el momento de acabar con él mirándole a la cara, la oscuridad no podía protegerle eternamente.
Llevaba tanto tiempo oculto en las tinieblas, que ahora quitarse esa coraza negra para exponerse a la batalla era casi como saltar al vacío, un vacío profundo y tenebroso. 

No le temía a la luz, le encantaba mirar el cielo en un día soleado, dejarse embriagar por el calor y sentir la vida calentar su piel. Lo que temía es lo que mostraba en algunos lugares, la facilidad que tenía para mostrar aquello que más temía en ese mundo, la bestia con la que hacía mucho convivía y que era incapaz de vencer. 

Debía alargar la mano y encender la luz, mirar fijamente al monstruo y vencerlo sin contemplaciones. Dejo atrás las noches de lágrimas aglutinadas en sus párpados, las semanas con miedo a dejar libre su mirada, la vida de tortura autoimpuesta por ese miedo tan despiadado que se había adueñado de su vida.

- ¡Hazlo! - gritaron ambos o eso es lo que a él le pareció. Había salido disparado de su garganta sin pensar con una fuerza brutal que empujó su mano con decisión y encendió la luz.
Miró hacía delante, vio a la bestia con el torso desnudo y los ojos inyectados en sangre, con una herida en el labio de los mordiscos que parecían contener un torrente de emociones. Le miraba con un odio terrible que ocultaba algo más fuerte pero que no sabía identificar. Levantó el puño para golpearle, quería matarlo, acabar con su existencia, sacarlo con un golpe de su vida.

Él respondió igual, levantó su puño y lo amenazó para demostrar que no se dejaría vencer sin más, aquello sería una pelea, una pelea que llevaba años luchando y que debía llegar a su final en aquel instante. 
Vio en los ojos de su enemigo que estaba a punto de lanzar su golpe y quiso adelantarse, golpeo con fuerza y los cristales laceraron piel y músculo, arrancaron trozos, diseminaron la sangre por todos lados. El cuarto de baño recibió una explosión de rojo inesperada y entonces lo sintió, sintió el dolor.

Se dejó caer al suelo y se agarró el brazo con fuerza, sentía cada palpito como una cuchillada, algunos fragmentos se habían quedado clavados, pero las heridas abiertas eran las peores. Aún así el alivio lo invadía: había vencido.

Tenía que ratificar su victoria, ver que ya no se ocultaba en el reflejo. Cogió un pedazo de espejo y cerro los ojos, respiró profundamente y lo puso justo delante de su cara. Sin darle muchas vueltas sonrió y miró.
Allí estaba, con semblante victorioso y sonriéndole, tenía cara de haber ganado, no entendía porque y el terror le volvió a invadir. En un intento de alejarlo de él, tiró el fragmento que se hizo añicos, pero a su alrededor lo vio en todos los trozos que había por los suelos, estaba en todos los reflejos, cerro los ojos y gritó.
 
"Autofobia" de Conde Dooku de Olivares
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"Autofobia" de Conde Dooku de Olivares

ESCRIBE: David Fernández García ILUSTRA: Borja Cuéllar García

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