Pensar en la cualidad azarosa del dibujar me permite prescindir de la representación o figuración, dando prioridad a uno de los componentes más esenciales del dibujo: la línea.
En este caso la línea cobra vida propia y el dibujo adquiere la cualidad de ser una especie de animal, de bicho o cosa que se mueve a su antojo, que se escapa de su contenedor y que no necesariamente debe residir en una superficie plana. No es más que una metáfora del acto íntimo del dibujante y su oficio, del no saber qué sucederá en el momento en que el lápiz comienza a deslizarse por la superficie del papel, una metáfora alimentada por la exageración, que en este caso permite la exploración del dibujo como posibilidad poética y formal.
La propuesta contempla una consideración del dibujo como un espacio abierto a la experimentación, donde nociones como espacio, objeto y materia entran a relacionarse con elementos característicos del dibujo tradicional. El lápiz como herramienta primordial y la línea como hilo conductor del pensamiento y/o de las acciones que ejerce el dibujante.