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2 cuentos infantiles

Travesuras
Antología 1er Certamen Internacional de Literatura Infantil, Buenos Aires-Argentina, 2014. 
Distinción especial Ojos verde olivo - Un gran corazón de Nora Arango Díez.
Ediciones Mis escritos, Buenos Aires - Argentina 2014
 
 
Un gran corazón
Ilustración de Elkin Obregón, cortesía para este sitio.

En un luminoso día de primavera, un príncipe salió en busca de una mujer para casarse. Con anterioridad, el rey le había aconsejado que escogiera una chica de gran corazón, como su madre. Por su parte, la reina, orgullosa de un hijo tan bueno y tan apuesto, se quedo mirándolo por la ventana, mientras él se alejaba en su caballo.
   Ensimismado, el heredero del reino recorrió largos caminos, imaginando con vaguedad el rostro de su futura esposa, mientras esparcía el delicado aroma, propio de quien desea enamorase.
   Más tarde, tras una curva, se encontró con una mujer altiva que se le acercó, y declaró con entusiasmo:
   —Príncipe, yo soy la mujer que tú buscas. —Se había enterado del consejo del rey, mediante una de las criadas que, a hurtadillas, solía escuchar conversaciones ajenas—.  Yo sé qué esposa quieres y ésa soy yo. Desde hace mucho tiempo, hice matar a una ballena con un corazón de dos toneladas, que poco a poco me he ido comiendo. Ahora mi corazón es así de grande. —Y abrió los brazos para explicar mejor.
   El príncipe, al escucharla, se sintió muy mal y reflexionó: “Esta mujer no me conviene. Ha buscado su grandeza fuera de ella, y ha sacrificado inútilmente a una ballena”.
   Enseguida, desconsolado, continuó cabalgando por el camino que lo remontaría a la colina, desde donde divisaría todo el reino. “Tal vez desde allí —pensaba—pudiera ver a la mujer que me acompañará por siempre”.
   De repente, se le acercó otra chica corpulenta, que le dijo:
   —Ah, príncipe, yo sabía que tú vendrías a buscarme. De esta comarca, yo soy la más fuerte y de mayor corazón.
   —¿Cómo lo sabes? —repuso el príncipe interesado.
   —Pues verás, hasta hace poco tiempo, cuando subía la montaña muy aprisa, sentía que alguien me perseguía, y cuanto más corría, más fuerte escuchaba el sonido. Eso me hacía sentir miedo y no me atrevía a mirar atrás. Hasta que un día descubrí que se trataba de mi propio corazón que hacía tun-tun, y que esa cualidad me haría la esposa del hijo del rey —manifestó empinada y con los ojos cerrados, esperando el beso del hombre que tenía al frente.
   El príncipe no hizo ni dijo nada, sólo pensó: “Una mujer que le teme a su propio corazón no puede ser buena compañera”.
   Más tarde, tras un largo camino, el príncipe ganó la cima de la montaña. Allí, se bajó de su caballo y contempló el panorama. Luego, fatigado, buscó sombra bajo un árbol, se sentó sobre la hierba, y recostó su espalda en el tronco. El caballo, que resollaba agotado, agachó la cabeza. Ambos se adormecieron.
   Al atardecer, una joven muy sencilla pasaba con un cántaro que había llenado en un nacimiento de agua, cercano. Al ver al caballo, le dio de beber y, con un pañuelito que sacó de su bolsillo, le secó el sudor de la frente al príncipe. Él abrió sus ojos muy suavemente y, al ver a la joven, dijo:
   —¿Quién eres tú?
  Ella sonrió y le contestó:
   —Me llamo Lucecita y vivo en aquella casa de abajo.
   El príncipe se levantó y preguntó:
   —¿A quién buscas?
   Ella lo miró con gracia, y repuso:
   —¿A quién?... A nadie, sólo he venido por agua, pero el sonido de un animal sediento, interrumpió mi canto. Lo busqué y le di de beber a este pobre caballo —dijo, en tanto acariciaba su crin—. Después, vi que el dueño estaba igualmente acalorado —murmuró con timidez.
   —Yo, en cambio, busco a alguien… a una mujer de gran corazón. Dime, ¿cómo es el tuyo? —preguntó el príncipe.
   Ella se quedó en silencio, y luego respondió:
   —No sé de qué tamaño es mi corazón, no me lo había preguntado, sólo sé lo mucho que me hace sentir.
   El príncipe sonrió tiernamente, y le pidió:
   —Ven, sube a mi caballo, te llevaré a tu casa. —Montaron y, al estar tan cerca el uno del otro, sintieron que el amor llegaba. El caballo se dio cuenta y no los condujo a la casita. Tomó el rumbo de un camino brillante que conducía a la felicidad.


                                             Ojos verde oliva
 
En un palacio hermoso, vivía una reina muy autoritaria a la que nadie, ni siquiera el rey, se atrevía a contradecir. Entre sus caprichos, contaba con tener una niña de ojos azul turquesa. No obstante, cuando su hija nació, todos, excepto ella, vieron que la bebecita tenía ojos verde olivo. El rey, intranquilo con esa situación, reunió a sus criados y les ordenó tratar a la princesa como una linda chica de ojos azules. También les pidió esconder todos los espejos del palacio, para que su hija nunca advirtiera que el color de sus propios ojos obedecía a una invención de la reina.
   Sin ningún reparo los criados procedieron, y aunque en un principio les costó ver otro color en los ojos de la niña, poco a poco se acostumbraron a vérselos azules como desde un comienzo se los había visto su madre. Así, cuando llevaba un vestido de ese color, le decían que le armonizaba con su cara de mirada azulada.
   Con el paso del tiempo, la princesa se convirtió en una jovencita muy bella y hacendosa, pero en su mirada reflejaba algo enigmático cercano a la tristeza. Por las noches, cuando deshacía sus trenzas y cepillaba su pelo cuidadosamente, se detenía pensativa y palpaba su cara en busca de una respuesta. Por eso las criadas pensaban en silencio que a la princesa le hacía falta un espejo, pero por nada del mundo ellas podrían incumplir la promesa de guardar el secreto.
   Entre los preparativos del baile de celebración de sus quince años, estaba previsto que la princesa luciría un hermoso collar de turquesas, presente que recibió de sus padres para que, según sus palabras, “resaltara el brillo de sus bellos ojos”. Ella estaba alegre y entusiasta porque un príncipe vecino, de quien le habían hablado el rey y la reina, hacía parte de la lista de invitados.
  Durante el festejo, el rey, que estuvo atento a esa amistad, notó que desde el principio se habían encantado. Llamó, entonces, aparte al joven y le dijo que si aspiraba a la mano de su hija, debía prometerle que nunca contradiría a la reina en el color de los ojos de la princesa. El príncipe que, en efecto, ya se sentía enamorado, sin pensar, juró enseguida acatar su pedido.
   A partir de entonces, se les permitió a los novios dar pequeños paseos en el parque, mientras la reina interpretaba un vals en el piano. Para poder escucharla no era conveniente que se alejaran demasiado, pues cuando la música terminaba, ellos debían regresar al palacio. De ese modo, las visitas eran tan cortas que sus conversaciones se convirtieron en un único diálogo, que se interrumpía con el silencio del piano y continuaba al día siguiente cuando volvían a encontrarse.
   Una tarde, el príncipe le dijo a su enamorada, mientras caminaban lentamente:
   —Dime tú, princesa, ¿qué es lo que más deseas en la vida?
   Ella no tuvo que pensarlo y respondió enseguida con un aire de melancolía:
   —Yo quisiera conocer mi propio rostro.
  El príncipe agachó la cabeza y, tras unos instantes, repuso entristecido:
  —Pensé que, más que nada en el mundo, tú deseabas ser mi esposa.
  Ella permaneció en silencio y, al momento, se despidieron cuando el vals hubo cesado.
  Al día siguiente, la princesa le preguntó tan pronto se miraron:
  —¿Cómo crees tú que alguien pueda amar si no se conoce a sí mismo?
   El príncipe lo meditó por un momento, y comprendió lo que a ella le pasaba. Al mismo tiempo recordó el compromiso que tenía con el padre.
   Sin embargo, ya de noche en el silencio de su habitación, pensó que lo más importante de la vida era el amor, y que la princesa no sólo había sido engañada por sus padres, sino también negada para amar.
   Al otro día, detrás de uno de los árboles del parque, el príncipe le dijo:
   —Mírate en el botón de mi chaleco. —Era un botón redondo, dorado y brillante. La princesa se agachó, se observó, sintió su corazón palpitante, y murmuró:
   —Mis ojos verde olivo siempre han visto cuando los ojos de los demás han mentido.
   El la miró y le pareció que se había vuelto todavía más hermosa.
   Desde entonces, cuando los novios paseaban entre los jardines dialogaban con mayor entendimiento, mientras el vals interpretado por la reina se deslizaba entre los árboles como una armoniosa melodía compuesta para ellos. 
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Travesuras. Antología de cuentos premiados en el 1er Certamen Internacional de Literatura Infantil, Editorial Mis escritos, Buenos Aires- Argenti Read More

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