Edición de autor. Medellín, 1997
Ilustración: Miguel Bustamante
Sebastián era un niño muy inteligente y travieso. Su cuarto siempre estaba desarreglado. Muchos de los juguetes que llegaban a sus manos terminaban desbaratados y todas las páginas de sus cuentos estaban en desorden, esparcidas en diferentes lugares. Su madre le había dicho en repetidas ocasiones que así no se debían conservar los libros porque se le podían enredar las historias. Sebastián no le hacía caso y se excusaba diciendo que era su hermanito quien los desorganizaba. Pero para que creyera que obedecía, recogía las hojas sueltas, las agrupaba de cualquier manera y luego les ponía, a su capricho, una portada que les ajustara.
Por las noches, cuando ya todos dormían, Sebastián volvía a sacar los cuentos y, con toda naturalidad, los leía convinados unos con otros y, así, le resultaban bastante divertidos. No se preguntaba jamás si las historias habían sido escritas de manera tan graciosa o si ya había pasado lo que tantas veces le había advertido su mamá sobre los cuentos enredados.
Un domingo, le contó a su abuelita la historia de la cenicienta. Cuando llegó el episodio de la prueba de la zapatilla a las jovencitas del reino, Sebastián dijo que se la habían medido a Campanita, el hadita de Peter Pan, pero no le había servido. Su abuelita se desconcertó.  En un comienzo no encontró que decirle, y después, cuando trató de explicarle que estaba confundido, ya Sebastián iba lejos en la narración.
Otro día Sebastián le dijo al papá que el garfio del brazo izquierdo de Robín Hood, le era muy útil en los viajes. El padre lo miró extrañado, pero el niño, sin entender muy bien qué pasaba, le dijo que se trataba de una broma.
Noche a noche, Sebastián leía sus cuentos y trataba de aprendérselos muy bien para que, cuando los contara, la gente no se asombrara. Pero lo que en verdad ocurría era que cada vez los complicaba más.
A sus compañeros de clase les contó un día el Mago de Oz, y cuando describió el león, dijo que tenía botas. Todos se burlaron de él y le resaltaron, en forma drástica, que ese era El gato con Botas, un personaje de un cuento muy diferente. Sebastián, malhumorado, pensó que los niños eran muy escandalosos, pues eso, a su parecer, no era tan grave. Sin embargo, para evitar esos regaños, se propuso aprenderse, paso a paso, el cuento de Blanca Nieves para relatárselo a una linda vecinita que le gustaba mucho. Al día siguiente, se sentó junto a su amiga y comenzó a contarle el cuento de Blanca Nieves. Ella miraba hacia el cielo imaginando todos los detalles, y él estaba feliz porque, al fin, había logrado cautivar a alguien con su historia. Pero cuando llegó al final, Sebastián le dijo que el príncipe, con su nariz tan larga, había despertado a Blanca Nieves al darle un beso. Su amiga salió inmediatamente de su ensueño, y le dijo que no fuera tan tonto, pues el de la nariz larga era Pinocho. Esta vez, Sebastián estuvo muy triste, y pensó que ya nunca más iba a encontrar a nadie a quién narrar sus cuentos.
No obstante, una tarde, su madre hacía toda clase de esfuerzos para darle la sopa a su hermanito, quien estaba muy inquieto porque hacía unos días había aprendido a caminar y no quería permanecer sentado en su comedor. Sebastián se acercó y le dijo que si quería él contaba un cuanto al niño.
Su madre ya cansada, aceptó sin pensar. Sebastián, con el fin de evitar las absurdas correcciones a sus historias, que se le habían vuelto tan molestas, le pidió que no lo interrumpiera. Ella aceptó de inmediato y él comenzó a contarle a su hermanito el cuento de Alicia en el país de las maravillas.
El pequeño estaba encantado y le hizo repetir a su hermano mayor una y mil veces el encuentro de Alicia con el animal mitad conejo mitad pescado. Su madre se acordó de la Sirenita de Andersen, pero no sólo cumplió con su promesa de no agregar ni una solo palabra a la narración, también lo siguió llamando a entretener a su hijito a la hora de la sopa.
A partir de entonces, los únicos cuentos que escuchó el niño fueron los de Sebastián. Por eso más tarde, cuando le contaron las verdaderas historias, siempre dijo que así no eran y contaba su versión empezando: “Colorín colorado, estén listos que esta historia no ha empezado”.
Cuentos infantiles
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Jardín. Cuentos infantiles. Carátula: Marta Elena Vélez. Ilustraciones: Dora Ramirez, Mico, Martín Bravo, Elkin Obregón, Eliana Bravo, Miguel Bus Read More

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