Baobab
Muchas veces he visto mi reflejo sin reconocerme, sin saber de dónde provienen mis pensamientos o cómo debería nombrarlos. Si son voces, recuerdos, fantasías o miedos postergados. Si tienen un cuerpo o solo son apariciones rasgadas por el tiempo.

Soy yo y estoy ahí, creo que estoy ahí, creo que ando atado con un hilo frágil a las acciones que quedaron pendientes y a la rutina que se deforma cada vez que intento alcanzarlas. A veces no recuerdo el día ni mis supuestas prioridades, pero sí algunos sonidos distorsionados, algunas palabras que me levantan y algunos silencios a punto de susurrar.

Me recuerdo atado a un sinfín de sucesos asustadizos, que me abandonan mientras los vivo sin darme cuenta. Como trazos de la infancia que se desdibujan para crear un cruce de mis historias más incomprensibles, de mis intentos sin sentido y los hallazgos de corazonadas que ya no resuenan, que parecieran muertas, débiles, inexistentes.

Y a veces, cuando me levanto y me veo al espejo, intento descifrar si aún me toparé con las coincidencias iniciales, con esos puntos de fuga que me obligaron a caminar en dirección paralela a las resonancias, a las presencias desconocidas y a las raíces sueltas en un bosque de voces incomprensibles.

Como alguien que se ve como se ha visto siempre, buscando una mirada distinta, una sensación, un estado de lo perpetuo. Como si la vida hasta ahora empezara y mi infancia no fuera más que la ilusión de los sueños más recientes, esos que intento atrapar antes de caer y caer hasta despertar.

Para volver a ver mis gestos y sus rasgos desgastados, ver, por casualidad, esa mirada que perpetúa el vacío más íntimo y las emociones incontrolables que se mueven sofocadas y delirantes ante la llegada de ese alguien que no reconocen. Como un dolor ajeno que rasga muy adentro y me recuerda que estoy vivo.

Para volver a verme y enfrentar mi irreversible ceguera.
Autorretratos. 
Baobab
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