Una casa vieja es testigo de muchos acontecimientos. Así pasa en Arcadia, casona republicana dónde habitaron mis bisabuelos, sus once hijos, muchos nietos, e innumerables bisnietos. 

Éste hogar vio nacer y morir generaciones, su fachada cambió varias veces de color, sus árboles se cortaron y rebrotaron, y sus puertas recibieron muchísimos nobles invitados. Por sus pasillos se besaron recién casados, música en vivo zumbaba en sus salones, el bar siempre estuvo rebosante de licor, y los domingos no se le negaba comida a nadie. De día se alzaban sus altos techos y de noche se perdían en la oscuridad. Los crujidos de la madera, extraños y escalofriantes, se acompañaban con historias de fantasmas que habitaban los salones. Los árboles estaban plagados de iguanas y ardillas, y uno que otro gato se metía por las ventanas. De noche los murciélagos acompañaban a las mecedoras, que diariamente se mecían en el porche de la casa donde todo el que pasaba se sentaba a echar cuento hasta tarde. Cada persona que entraba a Arcadia salía con un recuerdo, y más de una persona la señala cuando pasan por fuera y ven su fachada.

Hoy, Arcadia, casa de la Espriella, se encuentra inhabitada y en ese estado la fotografíe. Ahora se cuentan otras historias, pero la casa aún será testigo de nuevos acontecimientos.