El Azul de Chefchaouen
- Marruecos parte V -
Quinta entrega de mi viaje a Marruecos en el 2018
Todo lo que se oía en la ajetreada terminal de buses era "¡Chaouen, Chaouen, Chaouen!". La amarilla Fez, donde me encontraba en el momento, me había dejado inquieto. Fue un destino caótico donde resuena el bullicio dentro de una medina apretada (ver AQUÍ). Su terminal de buses no se queda atrás en cuanto al desorden, pero los repetitivos gritos de "¡Chaouen!" aminoró mi inquietud, pues el solo nombre de La Perla Azul, como se le llama a la ciudad de Chefchaouen, me transmitió paz y tranquilidad, como el color celeste.
Llegue a Chefchaouen faltando poco para el atardecer, así que mi primera parada fue subir la loma y capturar una panorámica, y mi esfuerzo por escalar la difícil inclinación fue recompensado con un magnífico atardecer.
Chefchaouen fue la única ciudad de las siete que visité en Marruecos en la que vi el alba más de una vez. Fueron dos noches y tres días, para ser exacto. Como en las otras ciudades solo pase una noche, en La Perla Azul me tomé en serio el descansar, pues fotografiar agota el cuerpo y la mente y venía en una racha fuerte. Explore un poco la medina de noche para hacerme la idea, tomé un famoso jugo de naranja, y me acosté temprano.
Chaouen, como le dicen los locales, es de las ciudades más turísticas de Marruecos por que toda la medina, y digo toda, está pintada de azul en todas sus gamas. Poner pie en la medina es pisar el cielo. Es un laberinto de adobe con infinitos laberintos interconectados por callejones estrechos de techos altos y bajos, muchísimas puertas pequeñas y ventanas enrejadas maquilladas de arabescos, escaleras empinadas acompañadas de macetas multicolores, y muchísimos gatos corajudos.
La primera mañana me desperté muy temprano, y capturé la cotidianidad matutina. Muchos escolares y comerciantes desde temprano brindan hermosos contrastes de sus chillonas vestimentas contra el azul. El rojo predomina en la moda marroquí y las tradicionales túnicas de sus habitantes terminaban de darle el toque a la captura fotográfica.
A mi me gusta decir que la ciudad es famosa por las espaldas de quienes la habitan ya que (con justa razón) los oriundos de Chaouen les toca lidiar a diario con las multitudes de turistas tomándoles fotos, así que voltean la cara. Al principio obtuve muchas fotos de locales tapándose el rostro. Cuando entendí el mensaje, por respeto los fotografié de espaldas. Claro, que solo ocurre en los mayores, pues los jóvenes sí se prestaban. ¡Van a llegar a viejos aburridos y el ciclo se repetirá !
Chefchaouen es, a mi pesar, un paraíso instagrammer. A mi me gusta apreciar y fotografiar el lugar tal y cual es pero grandes multitudes de turistas en combo van a tomarse fotos de ellos mismos para agrandar su ego, llevando hasta cambio de ropa y tomándose hasta 20 minutos por locación. En más de una ocasión me dañaron varias tomas fotográficas.
Pero los otros habitantes, esos que no me dieron problemas, fueron los felinos. Como ya notaron de mis otras entregas (ver AQUÍ), Marruecos está repleto de gatos. Pero en esta ciudad de veras que se lucen. El colorido de los gatos se presta con los colores pueblerinos, y sumándole sus travesuras, yo quedaba embobado viéndolos ser gatos.
Otro punto a notar, es la cantidad de tuertos que me enseño Marruecos. En cada ciudad fotografíe a uno o varios, y en muchos casos tan solo me di cuenta del detalle una vez revelé la fotografía. Desde el famoso Loco de Toubkal (ver AQUÍ) hasta el viejo músico de Chefchaouen (ver abajo), les faltaba un ojo, y en algunos casos una tuerca.
El pueblo celeste es mágico. Y sienta mejor con tiempo, como el que afortunadamente tuve. Los locales al principio son fuertes y de mal carácter, pero se van soltando con facilidad. Tan solo es compartir con ellos. Yo me comunicaba con lenguaje de señas, que desde el primer día en Essaouira (ver AQUÍ) aprendí que no había de otra. Pero eso bastaba y la compañía no siempre debe ser con las palabras si no con la presencia. Aún así, el viaje siguió siendo solitario hasta la fecha, como suele ser. La Perla Azul es un destino para volver, así como todo Marruecos.
Ya estaba a tan solo una ciudad para terminar mi recorrido marroquí, y es la albiceleste Tetuán al norte del país, pero esa ya es otra historia, pues estoy en camino a la estación de buses a ver qué cosas gritan ésta vez desde Chefchaouen, la ciudad de la tranquilidad.