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Reflejos que mienten

Imploró el deseo a todas las estrellas que, fugaces, se exhibieron antesus ojos saciados de ego. Sólo una se lo concedió, pero fue suficiente. Desdeentonces, cuando se mira en el espejo, ve en él lo que siempre quiso ser. Loque mamá soñó: respeto, dominio, solvencia y, lo más importante, alguien hechoa sí mismo. Pero mamá, como los demás, sólo ve un reflejo impostado. Si supierala verdad lo despreciaría como él se desprecia. Nada es cierto, únicamente seha valido de trampas, juegos de manos que le han permitido hacer visible laimagen que proyecta. Todo es un truco.

Recuerda tiempos pretéritos y con ellos el atrilmentiroso en el que la peonza bailaba al son de su antojo. Ya en aquel momentoera consciente de que las falsedades brotaban en su verborrea y polinizaban laesperanza de los oídos que le seguían. Envidia a otros que fueronhonestos, aunque lo fueran por poco tiempo. Él extendió la mano el primer día,y ahora se la quema la cal viva, se la muerden los pecados que ha cometido paraconvertirse en lo que es.

El azogue devuelve sus ojos brillantes, elocuentes y,en apariencia, sinceros, pero al palparlos encuentra dos cuencas secas y vacíasque han vomitado aquel ego que le hizo desear ser quien es. El maxilar pelado ylos incisivos ensangrentados se tornan, al otro lado, un mentón bien rasurado yuna sonrisa reluciente.

Eres falso - le dice al espejo cuando éste le adula.Hablan a menudo y el reflejo, a veces, es soez.

El falso eres tú, mírate. No te engañes, tienes loque querías. Debería bastarte, pero sé que quieres más y yo puedoconseguírtelo.

Él baja la vista. Duda. -Me haces sentir mal, por esono me gusta hablar contigo - replica.

Esto es lo que eres. Sabes que es verdad y te temes ati mismo. Deja de llorar y cumple tu deber - ordena el destello. Él obedece.

Se relaja y aparta los miedos al salir de casa.Entonces se deja dominar por el instinto de superación y el ímpetu avasallador,que es lo que le proporciona el disfraz perfecto. El estómago que tiene en ellado izquierdo del pecho se pone en marcha y le enfría la sangre en cadalatido, haciendo de él el pérfido que hay frente al centelleo cristalino.

Es el momento de lucir modales y dar los buenos días.La berlina negra le sirve de escudo en la calle, le gusta oírla rugir entercera y sentir a través de las lunas, también negras, los silbidosprolongados que se suceden en las avenidas. Al llegar a destino baja enfundadoen el raso oscuro, la corbata de color opulento permanece rígida con la puntatapada por el tercer botón. El jinete apocalíptico sigue ahí, la pátinamentirosa lo hace invisible.

En el despacho se siente a salvo, más que en casa.Tras la puerta de cerezo nadie puede juzgarle, no tiene que fingir. Allí bailacon la codicia sin temor a que vean quien es. Suele medir las palabras alhablar por teléfono, se asegura de ser explícito, es capaz de transmitir elmiedo a través del aparato sin exponerse, sin decir nada que revele su malicia.Frente a él hay otro espejo, el marco es distinto, el interior es el mismo, unhomenaje a la evolución de su presencia, como en las fotos que engalanan elmueble auxiliar, lacado en blanco, hecho a medida para el hueco inútil. En él guardala botella de Dalmore, ansiosa deemociones fuertes.

Se vuelve a enfrentar al reflejo, gesticula y secorrige el maquillaje. Ensaya la palabrería como el púgil que hace sombra. Seprepara para vencer.

El aquelarre es a las once, pero la batalla empiezaen los pasillos. Necesita saber que hay agua antes de arrojarse, precisa teneraliados y no es fácil que otros perros le permitan comer de su plato, para ellohay que enseñar los dientes y expeler un aliento nauseabundo. Entre ellos nonecesitan caretas, pero las mantienen, forman parte del ritual.

Los demás son como él, por eso les teme. Son seres dealma abandonada con ropajes de mil euros y zapatos brillantes, tienen elaspecto del yerno ideal, pero en sus bolsillos sólo hay azufre y veneno que losrespectivos espejos convierten en papel moneda.

Tras la puerta de doble hoja está la mesa ovalada conlos asientos asignados. La pared del fondo es una cristalera vertiginosa queles recuerda lo pequeño que es el mundo que devoran.
El primer punto del orden del día aconseja laextinción de tres mil puestos de trabajo, sólo así compensarán el últimoresbalón bursátil. Hay otra solución, pero es de cobardes, y conlleva el riesgode otra caída en el parquet. Eso haría rodar cabezas, y la de cualquiera de ellosvale más que la de tres millares de desgraciados. Todos lo saben, por esoconsensúan.

La horda de secretarios, a quienes se les exigenociones de catering, reparte café con pastas y agua con rodaja de limón.

El segundo punto es más complicado, hay interesespersonales en juego y eso despierta los ladridos, a los que les siguen losataques íntimos y los reproches mezquinos. Ahora toca encorvar la espalda ydesplegar las alas, mover el rabo y amenazar. Es el momento de quitarse elcolorete y dejar ver el las marcas luciferinas, encender las pupilas y nopestañear. Él es bueno en eso y saldrá indemne. Conoce secretos inconfesables,sabe cosas que sólo saben los espejos.

Tras la tempestad llega la calma, el agua vuelve a su cauce. Se olvidanlas rencillas y los afeamientos. Hay que redactar el acta y la nota de prensaque justifique sus decisiones. Hay que aparentar normalidad y señalar lacoyuntura. Mentir es lo que menos les cuesta, el engaño vive en sus poros, esla base de sus principios, están compuestos de él. Es el reflejo de su reflejo,la arista que corona su imagen.

Invocan a la codicia, con la que se conjuran. A base de mentirasconvencerán al mundo de que hicieron lo necesario, lo posible, lo correcto.Cubiertos de cinismo utilizan la misma retórica falaz y patética que el espejousa con ellos.
Reflejos que mienten
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Reflejos que mienten

(e) Jordi Ledesma Álvarez (i) Ana Beltrán Porcar

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