Cuándo fue la última vez que una emoción aceleró tanto tu corazón, que sentiste que salía por tu boca, cuánto tiempo pasó desde que tomaste una decisión por instinto, cuántas veces has dicho que no al que nadie dice no, cuál fue tu último domingo distinto,cuántos años llevas evitando el miedo. 
Recuerdas cuando buscabas la adrenalina, cuando no parabas hasta que el vértigo hacía que tu estómago se desgarrara. Una sensación que no vas a vivir sentado en tu oficina, que no está en la carta del restaurant que elegiste para el sábado y tampoco la venden en los centros comerciales. No la puedes encargar por Internet y es lo único que no incluye un All Inclusive
Cuando dejas de lado las emociones, comienzas a vivir de los recuerdos. Empiezan las historias de las curvas tomadas, los cerros alcanzados, y la del risco gigante: esa que te deja sin aire de tan sólo volver a contarla. Historias que quieres vivir de nuevo. Pero ha pasado tanto tiempo que no es llegar y hacerlo, porque para poder sentir que una emoción te hace perder el aire, primero debes perder el miedo.
El tiempo se ha encargado de domarte, de enjaular tu más propio comportamiento animal de supervivencia, de cambiar los colores de la jungla por el gris oscuro de los más fríos cementos, con el fin de despojarte del sentimiento natural de una bestia salvaje y convertirte en lo que eres hoy. Sin embargo no todo está perdido porque en ti todavía duerme ese animal sediento, capaz de sentir el olor a carne a kilómetros de distancia y al viento como un millón de cuchillos afilados que cortan el paisaje.
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