Zhara es una de esas personas que siempre está sonriendo a pesar de las dificultades, una chica abierta, con ganas de aprender y compartir experiencias.
Recuerdo una noche en la que nos reunimos varios voluntarios y refugiados, estuvimos jugando, riendo, haciendo el tonto. Ella nos ensenó un baile típico sirio y fue muy divertido intentar imitar sus movimientos. También hubo conversaciones interesantes sobre cultura o religión. Nadie era igual, nadie era diferente.
Por aquel entonces ella quería ser profesora de inglés, como su padre, y deseaba ir a vivir a Londres. La contacté hace unos días y me dijo que ya no lo ve posible, no cree que vaya a tener la oportunidad de ir. Pero Zhara y su familia tuvieron algo de suerte y obtuvieron la documentación para trasladarse a Alemania tras dos años de espera en Atenas. A pesar de ello, siguen teniendo que esperar, necesitan una respuesta de la oficina de asilo y mientras tanto viven en un campo de refugiados. Sí, otra vez, aunque me dice que no está mal, que no es como los de Grecia.
El coronavirus y el vivir apartados dificultan su adaptación, además la situación para ellos se complica por culpa del racismo que sufren por una parte de la población.
Creo que Zhara, como cualquiera de nosotros, es una chica joven con sueños, ganas de aprender, pasárselo bien y, en definitiva, ser feliz. Creo que solo quiere tener una vida normal en un lugar seguro, y en parte, es nuestra responsabilidad conseguir que la tenga.