"Trasalva", Milladoiro
 
 

GALICIA CONTADA A UN EXTRATERRESTRE, Manuel Rivas

A los gallegos les gusta nombrar. Poner nombres a las cosas para que las cosas puedan existir y hablar. A la manera budista, el gallego sabe que las piedras sólo hablan si tienen nombre. Los geógrafos de la antigüedad les llamaban «bellas durmientes» a los territorios incógnitos. Una bella durmiente despierta cuando la llamas por un nombre. La tierra gallega, desde las montañas orientales a los fondos marinos, es un manuscrito miniado que no tiene márgenes en blanco. La toponimia es nuestra obra maestra literaria. Cada nombre, un punto de cruz en un infinito pañuelo de enamorado.Aquí el ser vivo con más nombres es la luciérnaga. Para la ciencia, Lampyris nocticula. Algunas denominaciones son maravillosas, todas metáforas: vella do caldo, lucencú, verme da noite, corcoño... ¿Por qué esta fijación del gallego con ese fascinante ser minúsculo? Emite luz en todas sus formas, incluso cuando es huevo. Pero la luminosidad es especialmente intensa en la hembra. Un poeta de la montaña, Aquilino Iglesia Alvariño, fue capaz de enhebrar con luciérnagas la más hermosa oración laica, que dice así: Dainos, Señor, un alpendre de sombras e de luar para cantar.E un carreiriño de vagalumespolas hortas vizosas do teu reino. Eso es, estar y andar.Escucha. Querría enviarte una luciérnaga. Galicia, desde el cielo, a medida que reduces la distancia sideral, puede verse como una congregación de luciérnagas. Ciudades, pueblos, aldeas, lugares, hasta ese cuarto de millón de núcleos habitados, muestran una puntillosa intervención humana en un paisaje de pizarra, piedra, verdor y mar. Mucho mar.

 
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