El trabajo "informal" en Latinoamérica es un hecho popular, delirante y maravilloso.
La imaginación se convierte en realidad y la gente se las ingenia para subsistir vendiendo lo que sea.
Viniendo de un lugar en el que las leyes de sanidad son tan estrictas, no cabría en ninguna cabeza tomarse un jugo en bolsa o comprarse un cangrejo vivo en el mercado.
Sorprende la naturalidad con que la gente se compra insectos salteados en chile y los lleva por gramo para comerlos como bocaditos. Desde algo tan descabellado como comprarte un helado mientras practicas snorkel en el mar Caribe, hasta encontrar una doñita vendiendo serpientes muertas y coyotes enjaulados en medio del desierto.
Pues sí, parece que venimos de lugares muy diferentes. Al vivir diversos cambios culturales, se van comprendiendo nuevos códigos sobre la venta en la calle.
El vendedor deberá improvisar una nueva necesidad en su cliente y atraparlo tan velozmente como pueda antes que el oponte se haga dueño de la presa. Así pueden sucederse episodios absurdos y hasta surrealistas.
Esto es Latinoamérica, aparentemente un desorden, en el cual al final de la jornada, todos están satisfechos, todos vuelven a casa con las arcas llenas.