Cuando empecé a soñar con un gran viaje, no imaginaba visitar lugares tan hermosos que ni la mejor cámara ni el mejor fotógrafo puedan captar. Lugares que salen en las postales y en la National Geographic hasta entonces parecían inalcanzables.
Pero cuando todo eso se volvió tangible, mi perspectiva cambio por completo. Viajar sin fecha de regreso, me dio la libertad de poder relajarme, acercarme más a la naturaleza, aprender a escucharla y a seguir su ritmo. Adaptarme a diversos climas y geografías me hizo más flexible y me ayudo a tomarme la vida
con calma.
Aprendí a dejar de lado a la fotógrafa ansiosa por captar todo lo que se encuentra a su paso, para dar lugar a la viajera observadora que espera que la luz del sol haga su parte, y quela toma aparezca en el momento adecuado.