Ha pasado un tiempo desde el día en que te fuiste, pero aún recuerdo cómo los cigarrillos, tú y yo, en una tarde lluviosa, lográbamos armonía perfecta, o al menos eso es lo que creía.
No existió jamás el derecho a llamarte mía, tampoco hubo lugar para planear enamorarte tanto que terminaras siéndolo, por eso hoy compré media caja de tus favoritos, y mientras se desgastaba, sentí como el viento daba directamente en mi mejilla y el frío hacía presencia especialmente en la mejilla donde quedó evidencia de lo más cercano a un beso, pero ya ni siquiera tenía lágrimas para llorarte.
Y quizá lo peor, es que el beso que fue indicio, de que conmigo sí anhelabas un inicio, fue el mismo que se encargó de darme la despedida.
Uno tras otro, así se fueron acabando los cigarrillos que por mí sintieron tu partida y a la vez se hicieron cenizas, incluso ellos me recordaron que todo lo que más quería en la vida se volvía tarde o temprano efímero.
Perdí la cabeza, olvidé lo que era pensar con certeza, sentí volverme loco sin previo aviso, y con las horas llegó la frustración, ¿di lo suficiente? ¿realmente sí era imposible?
Pero no puedo solucionarlo, ¿cierto?
Es que ya es tarde.
El humo se tornó más denso, la llegada de la tarde ya no me emociona, pero el calor se ha quedado, y tu recuerdo no me abandona, supongo que así esperaré a que muera.
O se va primero tu memoria, o quedaré entre sufrimientos grabado en la historia.
Cualquiera de las dos es un terrible destino.
. . .
Un último cigarrillo en tu nombre, vida mía, porque de todos modos. . .
Ya nunca volverás.
Mala mía.
