-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
Si uno se deja domesticar, corre el riesgo de llorar un poco...
Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.