Y el Circo llegó a la ciudad...
Y trajo con él tragasables y escupefuegos. Una niña
iguana y un faquir que se distraía con su teléfono
móvil sobre una cama de clavos afilados.
Vimos a una funambulista que paseaba, como si
nada, sobre un delgado cable en las alturas.
Aparecieron tres payasos en un coche a toda
velocidad, una mimo que sorbía de una taza de té
inexistente y una mujer bala preparada para salir
disparada por los aires.
Todos ellos presentados y dirigidos por los maestros
de ceremonias que hacían las delicias del respetable.
Había también un mago con sus cartas y un
escapista bajo el agua con camisa de fuerza
y cadenas. Los trapecistas volaban y se sostenían en el
aire sin miedo al peligro.
Llegó un malabarista montado en monociclo y vimos
un forzudo levantando piedras de mil kilos.
Y un ventrílocuo con su muñeco parlanchín, un
mentalista que confundía nuestras mentes y una
adivina que veía el futuro y el pasado de los
espectadores que, atónitos, estallaban en aplausos.