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CRONICARIO LIMEÑO (fragmentos)

Soy presa de fantasmas que me poseen, me arrojan de un lado a otro de esta América Latina por la cual cual yo rondo, rondo, como las bestias en sus jaulas, o como los mártires de los fabularios, en una marcha perpetua para encender mi imaginación. A tal punto he sido víctima de mis impulsos, de mi furor, de mi incapacidad de reposo (decimos todo en una palabra), de mi incapacidad de soportar
—nescia tolerandi, dice Tácito de una emperatriz—, víctima de mí mismo en lo más profundo de mi alma como en lo más superficial y material de mi vida; sólo yo lo sé, en esta fatiga y relajación de todo lo que un día hubo en mí de tenso y de ávido. Los priapismos en La Habana, las rutinas en Bogotá, la dicha falaz de Buenos Aires, el turismo sexual en Cartagena, las visiones in utero de Ciudad de Panamá, los ángulos de Cuzco  —algo de América y su joven calor, no hay lugar donde haya sido más infeliz—. Pero hoy, rumbo a Lima, y tras dejar el balneario de Máncora movido por el pánico como un hombre perseguido, una emoción nerviosa me invade, una pulsión atávica me dirige hacia el tradicional y populoso distrito del Rímac: se corren toros en la Plaza Firme de Acho. 


Versión libre de un fragmento de La petite infante de Castille. Montherlant, Henry. Editions Gallimard: 1959. Parágrafo octavo, Parte Primera, p.15.
Cronicario del Rímac (fragmento)
 
En noviembre el río es una boca supurante y muda en el corazón de Lima. Babea sin fuerza las piedras, los montones de basura y los desperdicos que se acumulan en las arenas sucias del lecho. Al cruzarlo sobre el  Puente Trujillo es posible ver a un gallinazo dormitar en un neumático, niños de nadie deambularlo, los perros del hambre jugar en las riberas. En su orilla norte se encuentra el enclave colonial del Distrito del Rímac, arruinado y habitado por el hampa. Es hacia allá que pasea el aficionado su mirada por entre los techos rotos de los caserones, enarbolados de ropa colorida y anómalas antenas de televisión. Busca, como el peregrino que ha fatigado el desierto (el aficionado viene de su hotel en un barrio costero y ha cruzado —en taxi— de Lima el desierto), el mirador de Ingunza: el minarete desvencijado desde el cual un almuédano estatuario convoca a la cofradía del toro. 
 
Al ingresar al barrio el aficionado pierde de vista el torreón que le sirve de referencia. Es domingo y las familias rimeñas pasean sin rumbo sus feas cataduras por entre las calles traviesas, se detienen ante los puestos ambulantes sin comprar ni preguntar nada, se escabullen subrepticiamente cuando el vendedor los arremete con un desacompasado anuncio ventral: El anticuuchooo! Anticuchoos!
Faltan todavía dos horas para la primera corrida de la temporada. Si el aficionado decide ingresar en un restaurante para sustraerse a las miradas huidizas que lo ciñen en el  Jirón Trujillo,  descubre al primer sorbo de cerveza que a través de la ventana un par de faites[1] famélicos lo acechan desde el otro lado de la calle. Está claro que lo vienen siguiendo y solo esperan el momento oportuno para hacerse con sus pertenencias. Además del abono de rigor, unos cuantos soles y un Parker barato, no habría mucho que ofrecer a los rapaces, lo cual constituye un peligro mayor para un forastero en el Rímac. La cuarta Cristal sin musitar palabra es suficiente para atreverse a buscar las inmediaciones de la plaza. El aire alcohólico que  ahora ostenta el aficionado y un cigarrillo que cuelga de su boca, pretenden ser un repelente para espantar a los ladronzuelos. Sin embargo, a partir de la esquina de Virú y Lambayeque, una reja guarnecida por torvos policías enfundados en uniformes de la época del terrorismo pone un límite entre la chusma rimeña y los respetables aficionados que se encaminan a la Plaza de Acho. Virú se torna una calle desierta, plena de una luz seca que pone en evidencia los viejos portones  de las casonas sevillanas, en su mayoría hoy sórdidos inquilinatos cuyas puertas abiertas exponen al viandante dramas inconclusos protagonizados por drogadictos, ladronzuelos y monstruosos transexuales a medio hacer. Hacia el final de la calle se ven los alrededores de la plaza, los tanques de fermentación de una fábrica cervecera en ruinas. Las construcciones del Rímac tienen la patina noble que el paso del tiempo, el descuido y la miseria conceden a ciertos edificios. Solo es cuestión de tiempo para que un ingenioso urbanista emprenda la transformación del barrio  y las hordas de turistas y comerciantes desplacen a sus habitantes. 
 
[1]
Allá por las rimeñas riñas de
Faites flacuchentos frecuentes al
Frescor de la noche malsana
Catana que un raya te dio
Inolvidable encanto del
amanecer
Celaje del patrullero celador
(Tamales calientes)
 Eduardo Milán
 
CRONICARIO LIMEÑO (fragmentos)
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CRONICARIO LIMEÑO (fragmentos)

Cubrimiento periodístíco de la Feria del Señor de los Milagros durante la temporada taurina del 2011, desarrollada en la Plaza Firme de Acho, Lim Read More

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