Editorial - libro objeto Diseño 2 Wolkowikcz 2018​​​​​​​
Mon // Nancy Medina
Loca
Estamos en su casa compartiendo unos mates. Los prepara distinto, usa un mate mediano, la yerba tiene yuyos varios de la huerta y el agua le sale con temperatura justa. No tiene pava eléctrica, puro instinto cebador. Es sábado en Neuquén y en breve se va a escuchar el griterío barrial de fin de semana. ¡Mote! Grita el chileno que lo vende, junto con ñaco y cerveza. Después el verdulero se anuncia con parlantes y recorre las calles a 20 por hora. Frena en todas las esquinas y espera a las señoras que salgan de los patios a comprar. También pasa Martín, el afilador, en su bicicleta galáctica tiene piernas de hierro y el mismo mameluco azul que le quedó de YPF. Vine por algunos días y duermo en la que era mi habitación, ahora sala multiuso. Mi mamá me grita desde la cocina:
—¿Te gustó lo que subí a face?
Aprendió a usarlo hace semanas y ya lo abrevia. Me pide que le explique como subir fotos o bloquear familiares. El posteo es una mujer, Jane Fonda y abajo escribió: ahora es mi tiempo de disfrutar.
—Igual mami ¿por qué se podría disfrutar recién cuando sos vieja?
Voy a baldear, me avisa y vuelvo a tener ocho años. Obliga a abandonar la casa porque tira tanta agua que no queda otra que irse. Ella en ojotas, incluso en invierno, con cumbia en la radio Fito, un vecino del barrio que tiene una antena hace años. Era acumulador y le entraron a la casa, encontraron drogas y fue
preso un tiempo. Ahora la antena es de un sobrino y pasa solo música. Mi mama pone vinagre en el agua para las malas ondas. En caso de sentirse romántica pone José Luis Perales. Después repasa todos los muebles y el ambiente se llena de olor a blem y para finalizar prende un sahumerio de sándalo. Mi mamá no empieza un sábado sin limpiar el piso.
Hubo un tiempo en que solo éramos ella y yo. Mi recuerdo es de una casa enorme de tres ambientes para nosotras dos. Teníamos una vida bastante rutinaria con tsunamis repentinos que nos sacudían los cimientos. Se levantaba media hora antes, preparaba el desayuno y ponía mis medias cerca del calefactor, compartíamos un despertar pausado con rituales que tenían que ver con evitar que el frío llegue a los huesos. Me llamaba y si no respondía venía con la manta para llevarme hasta las medias tibias.
Neuquén no es cordillera pero recibe el frio de la nieve y el viento, mucho viento. Es casi el sur. También tenemos acento o eso dicen. Pero no llega a ser marcado como el cordobés, el nuestro es casi un acento. Es hablar mal, comerte algunas eses y poner artículos antes de los nombres. No existe el acento
neuquino simplemente salimos hablando mal. Pero si nos ven juntos descubren el factor común de falta de eses. Neuquén es un casi todo, casi queda al sur y no tiene montañas, apenas unas bardas, la cordillera arranca después. Es una ciudad casi adulta, siempre parece necesitar crecer un poco mas. Me fui adolescente a probar en la capital eso de la adultez. Después de quince años puedo decir que no soy de ningún lugar del todo, demasiado provinciana o demasiado porteña. Sobra acento en Buenos Aires y acá hablo muy rápido.
En la época de nosotras solas mi mama trabajaba mucho y yo hacia jornada extendida en la casa de mi tía. Todos los días salía maquillada, de minifalda y tacos altos a regentear el segundo piso del Hospital Regional, el piso de servicio social. Primero fue enfermera y después se recibió de Asistente Social, siempre dice que aprobó la ultima materia porque estaba embarazada de mi. Su superpoder era conseguir desde medicación hasta alojamiento para los pacientes que en general venían del interior. Existe un interior del interior.
Se peleaba con alguien todos los días, era amiga y enemiga del estado con la misma intensidad. El hospital era su territorio. Para mi no era el lugar de los enfermos sino donde la veía caminar los pasillos saludando a todos y siempre seguida de alguien que le pedía algo. Íbamos por el backstage del hospital, pasillos secretos que conectaban lugares para evitar las salas de espera, las salas de la demanda eterna. En los pasajes secretos están las camillas sin gente, hay cocinas con olor a yerba mojada y galletitas secas, se encuentran las enfermeras quejosas y cansadas. Siempre cansadas. Cuando teníamos que hacer tiempo me daba los juguetes de los psicólogos, muñecos para armar la familia, muebles en miniatura para recrear una casa y lápices para hacer dibujos en hojas oficio que después abrochaban a historias clínicas para ser archivados en cajones de metal. Otros dibujos, los alegres y de colores brillantes iban a la pared.
Nuestra casa a veces era extensión del hospital porque alojábamos mujeres que escapaban de algo. Teníamos una habitación donde pasaban una noche, otras se quedaron mas tiempo como Marcela que estaba embarazada y tuvo a Santi viviendo en casa. La idea era que salgan de su casa, consigan trabajo y recuperen su vida. Marcela no pudo. Le dijo, Raquel no puedo. Mi mamá le dijo que siempre podía volver con nosotras. Hasta que la mujer no hace el clic no
sale, decía mi mamá haciendo un gesto con la mano.
En esa época ella hacia lo que podía y si no existía lo inventaba. Salía de noche a repartir medicación a las putas de la ruta 22. Ellas también son personas y necesitan medicamentos pero no se los quieren dar, esa era la explicación simple de mi mamá cuando le preguntaban por qué lo hacía. Así decidió armar un grupo de mujeres los sábados, pidió una sala del ala vieja del hospital y se la dieron. Mi madrina Susana salió de las primeras reuniones. Eran una banda rara pero alegre. Llegaban mujeres con lentes negros para ocultar los ojos negros y usaban maquillaje en los moretones de los brazos. Siempre tenían frio incluso en verano. Las recuerdo sentadas en ronda y mi mama proponiendo actividades con juegos o revistas. Lo primero que hay que hacer es que ellas lo puedan contar, me decía, después vemos, antes lo tienen que poder decir. La sociología de mi madre decía que una mujer triste se corta el pelo cortito y usa ropa dos talles
mas grandes. Los sábados a la tarde iban todas, con pedidos, papeles para llenar, torta fritas y mate cocido que hacían en una olla gigante.
Cada vez que la visito le hago preguntas o el interrogatorio como dice ella. Después de los 30 empecé con esto de averiguar detalles. Antes hay que resolver el almuerzo, tenemos que ir a a lo de Mario antes que cierre, me dice. Entonces cruzamos la calle y saludamos al almacenero en cuestión. Me conoce desde que nací así que es como visitar un tío, me quedo charlando un rato y después me regala una manzana, nunca caramelos. Regalar manzanas en Neuquén es una mentira, ya son regaladas. Ya saben que vine porque vieron bajar el avión, con el aeropuerto a apenas 40 cuadras no necesitan chequear estados de vuelo, los ven bajar.
Es el mismo mercadito de siempre, donde me mandaban de chica a comprar pan y jugo cuando estaba casi lista la comida. Los domingos era peor porque estaba el viejo verde de la esquina y nos gritaba cosas. Justo salía cuando pasaba por la vereda. Un día se bajó los pantalones, yo me quedé mirando
porque me hacía señas hasta que sentí miedo y salí corriendo. Cuando volví se lo dije a mamá. No se enojó, sirvió el almuerzo a mi hermano y a mi en silencio. Con la mirada fija en la ventana nos dijo que levantemos la mesa. Cerró las ventanas, trabó las puertas y nos dejó los dibujitos. Yo la miré por la ventana fue al patio, volvió con un palo y salió a la calle. Le fue a tocar la puerta al viejo verde. Le gritó algo sobre meterlo preso y varias cosas mas. El tipo se quedó mudo y solo cuando mi mama se alejo un poco le gritó loca. Le pedí que me lo cuente una vez más.
—Los hombres cuando te defendés te dicen loca.
—Y a vos te daba mas bronca.
—¡Si! Sos loca o sos puta.
Mi mama sabía hacerles frente a los hombres enojados, cada tanto venía alguno a la reunión de los sábados a buscar a su mujer. Una vez uno apareció a los gritos. Ella le habló de frente, sin miedo logró convencerlo que se juntaban para ayudar al hospital. Las victorias de mi mamá eran en la trinchera. Nunca se escondió en un escritorio, sabía que las respuestas estaban en la calle. Lo importante es que lo puedan decir. Y así estaba ella a la espera de la palabra que las liberaba del dolor. Algunas lograban salir, a otras no las volvimos a ver.
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Loca
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Diseño de libro objeto a partir de un cuento.

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