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Sobre la naturaleza y las sensaciones

Cálido pero no caliente, húmedo pero no frio, ni de día ni de noche. Así lo recuerdo: distinto, variante, fuera de la cotidianidad e igual así, cómodo. Estaba cansada, sentía las gotas de agua andar por mi cuerpo, casi al mismo ritmo de mi caminata. Ellas no paraban, y yo tampoco. La cima ya no se veía muy lejana, “debo estar a medio camino”, supuse; e igual el fondo del paisaje se perdía entre los tonos celestes y verdosos del mismo.
El reflejo de la luz, que sobre las hojas caía, me cegaba por ratos. Me hacía ver todo en contraluz, casi en blanco y negro: dos planos notorios que contrastaban; el primero, la naturaleza palpable, la que podemos sentir;  el segundo y el del fondo, la que no podemos sentir ni oler y sin embargo podemos ver siempre, estemos donde estemos: el cielo. La luz, sin embargo, iba variando según mis pasos. Por momentos, me abandonaba un poco, y dejaba a mi vista las nubes condensadas, grandes. Parecían sólidas, fuertes, cargadas. Por otros, se atenuaba  y me permitía ver las diferentes alturas de las montañas, la densidad de  las mismas, a veces agrupadas, a veces alejadas, como cuando las personas se agrupan según sus aficiones, o así se veían. Las hojas que describen en cuentos estaban ahí, en lo lejos y bajo mis pies. Sus cálidos colores de otoño, tonos rojos, amarillentos y anaranjados coloreaban el camino que parecía interminable. Seguían cayendo, otoño no había terminado. Las hojas cobraban vida, querían hacerse notar. El sonido de pisarlas era parte del recorrido, un ritmo casi constante. Me decían algo, y cuando no, me mostraban las raíces de sus árboles. Oscuros, fuertes, parecían antiguos. Debe ser de las pocas partes del mundo aún no intervenidas por el ser humano, pensé. Se les veía naturales, libres. Como si estuvieran aisladas de la realidad actual. Eran ellas, y habían crecido como habían querido. Los árboles eran impredecibles. Unos más altos, de troncos más gordos, de hojas caídas. Otros más pequeños, de alturas que incluso no te permitían pasar debajo de ellos, de troncos más finos, con hojas multicolores. El recorrido era todo lo opuesto a lineal, era un misterio: el de seguir los propios trazos que el terreno marcaba.
De pronto elevé la vista nuevamente, despejado al frente mío. Me sentía pequeña en el espacio en el que me encontraba. Sin importar que se tratara de una caminata, que ya faltaba poco, aun así el fondo se veía inalcanzable, distante. Y sin embargo, cercano, me acompañaba.  De la misma manera lo hacían las ligeras y frescas brisas, sabias acompañantes del camino. A pesar de sentirme un pequeño punto dentro de mi entorno, no me sentía sola, no lo estaba. Mis amigos, con los que compartí un año de intercambio,  que caminaban conmigo formaban parte de la experiencia. En ese entonces, recién nos conocíamos, pero eso no lo hacía una experiencia menos personal. Por el contrario, la aventura nos unía más, nos vinculaba. Las montañas no me abrazaban sólo a mí, nos acogían a todos, como si estuvieran ordenadas en un eje imaginario en el que nosotros éramos el centro, y no lo éramos, pero así nos hacían sentir. Pequeños pero importantes, como invitados a su casa.
Empezó a llover, a llover en serio. Normalmente odio la lluvia, mojarme y quedarme con la ropa mojada, respirar la humedad. Sin embargo, esta vez la humedad me refrescaba y la lluvia sólo le daba el olor húmedo a la caminata y conducía lo poco que quedaba de recorrido con un fuerte sonido al caer sobre los árboles y pisar las hojas, ahora mojadas, que sonaban a crujido. Pero no interrumpía con la visita, por el contrario, se sentía más una experiencia auténtica, fuera de la cotidianidad.
Han pasado ya dos años desde que volví a mi país y dejé atrás a todas aquellas personas con las que compartí el mejor año de mi vida, y hoy, cuando miro atrás me encanta recordarlos así, viajando y recorriendo, porque creo que las personas se conocen mejor cuando conectan con la naturaleza y dejan atrás las tan cotidianas y características tecnologías del siglo XXI.
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Sobre la naturaleza y las sensaciones

Análisis de la percepción de un entorno natural y cómo el mismo genera un vínculo con el usuario.

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