Mónica
Me sentía en paz. Rozando la punta de mis dedos, contra el universo entero, trazando un camino, como si se abriera paso una estrella entre las galaxias. Bastaba recorrer con mis dedos todo el firmamento, pasar de un astro a otro, con los ojos cerrados, porque sabía de memoria su ubicación. Los rayos diáfanos que el fuego de la chimenea desprendía, iluminaban el espacio, oscurecido por las sombras en la habitación, el halo de luz creaba nuevos cuerpos celestes, nuevas figuras en el firmamento, casi inventando nuevas constelaciones entre todo el mar de estrellas.
Eso me daba paz. Y aunque me daba miedo extraviarme entre los caminos misteriosos de tu piel, era tan tersa, cual seda, que no me importaba si no volvía a salir jamás. Porque me sentía valiente y seguro, aunque no encontrara el camino de vuelta a la tierra.
A veces, me sentía astronauta, perdido entre tus lunares.
