Este proyecto partió de un interés personal por la cultura japonesa cuya historia y costumbres consolidaron la sensibilidad propia de dicho país, de donde surgen conceptos como el Mono no Aware, que se refiere a la admiración hacia la belleza de lo efímero. Desde este concepto se inspira el proyecto, debido al potencial de este sentimiento aplicado a la cotidianidad puesto que desde ese punto de vista, todos los eventos son bellos por el hecho de no volverse a repetir.
El Haiku es un estilo poético japonés que refleja ese concepto, pues se trata de tres versos cortos que relatan eventos cotidianos presenciados por el autor, quien también puede complementar su poema con una ilustración para componer un Haiga. A través de estos medios se expresa la facultad que poseen los eventos cotidianos de convertirse en sujeto de inspiración, pues en medio de su simpleza representan la belleza del paso del tiempo y permiten estimular la contemplación constante hacia el entorno en que se habita.
Con base en esto, surgió la cuestión de cómo traer ese concepto al contexto bogotano, puesto que al ser un área urbana tiene muchos factores que se contraponen a lo necesario para sentir el Mono no Aware. Esto se debe a la predominancia de la velocidad, la eficiencia y el egoísmo provocado por diversos aspectos urbanos que han sido promovidos por las ciudades modernas, impidiendo que se estimule la sensibilidad y la contemplación hacia el entorno por parte de los ciudadanos.
La ciudad solo puede experimentarse desde las vivencias propias, por lo que cada persona tiene una perspectiva de su ciudad con base en su experiencia. Pero, al tratarse de un espacio común para muchas personas, esos recuerdos individuales convergen para conformar la memoria colectiva de la ciudad, que en el caso de Bogotá no representa visiones muy positivas. Esto se debe especialmente a la percepción de la ciudad a través de la historia como desordenada y caótica, lo que genera un ambiente poco propicio para la apreciación de los eventos del entorno.
Por lo tanto se identificó la necesidad de recobrar el valor de los instantes cotidianos en medio del caos de la ciudad que hacen parte de la memoria colectiva. Para esto se partió desde experiencias personales y la recopilación de instantes de la calle a lo largo de los recorridos diarios por medio de una metodología propia en la que se generaron ilustraciones simples acompañadas de Haiku que posteriormente se mejorarían y darían origen a las versiones finales empleadas en el producto editorial.