Estaba sentada en su banco favorito, ese que quedaba justo enfrente de aquel islote en el que se imaginaba viviendo, sola, sin nadie que pertubara su vida.
Seguía sin ser capaz de creer que todo hubiera cambiado tanto en tan poco tiempo, y resbalando bajo sus gafas, cayó una lágrima. Solitaria. Como ella en aquel momento.  Y pensar que la última vez que había estado en aquel banco había sido tan feliz, que casi le había salido el corazón por la boca… Cómo duele recordar cuando la herida duele tanto todavía.
Entonces se puso a llover, como siempre. Y ni ella ni su lágrima estaban solas, ya no. Ahora las acompañaba la pena.

El islote.
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El islote.

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