Imborrable
Indelible
Guillermo Arreola
Este año va a terminar. El que entra suma diecinueve 
y este número siempre trae sorpresas desagradables.        
De una carta de Elena Garro a Octavio Paz, 1989

Nosotros que vimos a la realidad bramar y retumbar y menear una de sus cabezas, a la 1 y 14 minutos con 40 segundos al mediodía del 19 de septiembre de 2017, adentro de edificios, casas, oficinas, centros comerciales, camiones, metro, hospitales, escuelas; en calles, puentes, camellones, carreteras, parques, pueblos; en la Ciudad de México, en Puebla y Morelos; la vimos oscilar, columpiar seres y cosas con fuerza tal que percibimos salvaje: balancearse y como si pateara desde un lugar de su interior, oculto e imposible de preverse por ojo humano alguno, hizo que se cimbraran suelos, que estallaran cristales, que se remeciera en un amplio perímetro de lo que se designa nacional todo lo vivo y todo lo inanimado. Las paredes crujían, dijimos luego, dijimos después porque en esos momentos no podíamos decir gran cosa más que aferrarnos a lo que uno es; se puso en tregua el lenguaje con el que pautamos nuestro día a día, triunfó el grito, o más bien el alarido y el grito del instinto salieron a la superficie, y la superficie era, para quienes estuvimos adentro de alguna edificación, un pantano gestándose en el aire; para los que estuvimos afuera, asfalto o tierra apantanada. Se nos achicló el equilibrio, dijo tiempo después uno de nosotros.
Indelible
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