"Yo soy Catalina Méndez Hernández pero en la lucha me llamo Mari,
así me conocen aquí."
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¡ Chile, tomate y cebolla !
¡ chile, tomate y cebolla !
¡ el capitalismo se va a la olla !
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Dos chicos de 18 ó 19 años, delgados de piel morena escuchaban de frente el pronunciamiento del Concejo Nacional Indigena de Gobierno.
"A todos los hombres y mujeres verdaderos, a todos los que buscan a un padre, una madre, un hermano, un hijo desaparecido, organicemos nuestro dolor y hagamos valer nuestra rabia (...)". Luis y Martín de ojos rasgados y negro profundo en las pupilas, pasamontañas y playera del barza con el numero 10 en la espalda, impreso un corazón pequeño al lado del cero. Luis le rodeaba el cuello a Martín en un abrazo, mientras Martín sostenia a Luis por la presilla del pantalón y de vez en cuando le pasaba la mano por la espalda baja. Diferentes tipos de abrazos, otros amores, otra dignidad rebelde, dos miradas detrás de un pasamontañas contemplando en un abrazo las demandas de los pueblos orginarios de México, soñando con un mundo en el que quepan todos los mundos.
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¡Desde Yucatán hasta La Baja aquí nadie se raja!
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(...) porque nos miramos, nos sabemos y nos hemos encontrado, solo hace falta que nos respetemos.
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Reyna, mujer de 78 años, 6 hijos, 12 nietos, 4 bisnietos y 7 años obligada a vivir lejos de su tierra en Guadalupe Tepeyac, zona selva fronteriza. Desplazados por la fuerzas paramilitares después del levantamiento del 94. "Se llevaron casas, animales, laminas, tablas, mujeres, no dejaron nada. Nosotros hemos sufrido, sabemos de lo que hablamos, sabemos del dolor, por eso estamos con Mary Chuy y con el movimiento."
Es hora de poner a cocer el nixtamal, así que dejamos la conversación con Reyna para más tarde.
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La banda del pueblo; tuba, trombón, bombo y platillos. Lluvia y música. La espera se prolonga más de 6 horas pero nadie parece impaciente.
