{cuentafoto}

Mi mamá y mis cuadernos viejos eran los únicos que tenían acceso a mis cuentos, un día me dieron ganas de cambiar eso. Ansioso por inspiración, recordé al montón de fotógrafos que conozco. Así nació {cuentafoto}, un espacio en el que lo escrito y la imagen se entrelazan creando algo completamente nuevo. Escribo las historias sin tener ninguna información sobre la foto, solo lo que se deja ver.

Comencé con amigos y conocidos, y ahora recibo fotografías de todos lados esperando convertirse en cuentos. Lo mejor que me ha dado el proyecto fue una invitación de Lugar Común, una de las mejores y más respetadas librerías y editoriales de Caracas, a exponer y leer mis cuentos en sus instalaciones. 

Acá dejo tres de mis favoritos. El resto está archivado en http://cuentafoto.tumblr.com.   
Fotografía de Ender Anaya 
{EL DIOS DEL ROCK}
Rubén estaba por las nubes cuando escuchó por primera vez a los Rolling Stones, la guitarra de Keith Richards lanzó sobre él un conjuro que lo convirtió inmediatamente en una estrella de rock. Guiado por ese nuevo instinto, Rubén hizo todo lo posible por lucir como la voz de Mick Jagger le instruía en su mente. Se compró veinte bandanas, varios guantes de cuero, rompió sus jeans, arrancó las mangas de sus chaquetas y dejó crecer su cabello. No pasó mucho tiempo para que Rubén descubriera que sus manos tenían mucho talento para recortar las mangas de sus franelas, pero muy poco para tocar la guitarra. Sin embargo eso no lo desanimó. “El rock se vive, no se toca ni se canta”, decía desafinadamente a sus amigos músicos. Rubén vivía como un Dios del Rock. Una vez ahorró una gran cantidad de dinero solo para alquilar una habitación de hotel y destrozarla en una noche. Caminaba por las calles con una actitud incomparable. Fue esa onda de chico malo la que conquistó a María un martes por la noche en un bar de la ciudad. Desde ese momento fueron inseparables. Él la consideraba su grupie, y ella no tuvo problemas en cumplir ese rol los primeros años. Rubén se enamoró perdidamente, ignorando que una mujer puede pasar de fanática a manager con solo un anillo. María se deshizo primero de las bandanas y de los guantes de cuero, luego reemplazó las franelas rotas por camisas de botones y los jeans ahuecados por pantalones caquis. Veinte años de matrimonio después, Rubén fue a la barbería para cumplir el último designio de su esposa: deshacerse de la larga cabellera. Se vio al espejo y no supo a dónde se fue el Dios del Rock. Don Luis, el barbero, simplemente le dijo “La voz de una mujer siempre sonará más duro que la del tal Jagger”.
Fotografía de Santiago Ennis.
{CAMINATA POSGUERRA}
Para Alejandro, las discusiones con su esposa ya eran como tomar el colectivo, cerrar las puertas del ascensor o leer los mails en el trabajo, parte de la rutina. Un gesto, una palabra, una entonación, una mirada, cualquier cosa podía desatar la tercera guerra mundial en cualquier parte y en cualquier momento. Eso de “dejarlo para después” no era el estilo de esta pareja. Podían pelear revisando el menú en un McDonald’s o en una Iglesia durante el bautizo de la sobrina. Para ellos, cualquier escenario era ideal para armar una escena. Pero al principio Alejandro y Verónica parecían estar bien, ambos querían lo mejor para la relación y pensando en el otro cedieron en muchas cosas. Ella dejó de fumar, él comenzó a usar zapatos de vestir todo el tiempo, ella aceptó dormir del lado izquierdo y él aprendió a esperarla para ver juntos Games Of Thrones. Alejandro quería entender qué había pasado, en qué momento ambos se convirtieron en Cersei, de dónde había salido tanto resentimiento. Se hacía esa pregunta en cada una de sus caminatas nocturnas posguerra, que se hicieron tan rutinarias que las empezó a aprovechar para hacer las compras de la casa. Una extraña semana en la que no pelearon, faltó la leche. Pero fue en uno de esos paseos por las calles del centro en el que Alejandro entendió todo. Pasó por una vidriera en la que había unas zapatillas deportivas blancas, muy parecidas a los que usaba hace años, esas que no se quitaba, que tiene puestas en todas las fotos del primer año con Verónica, en las que siempre están sonriendo. Se detuvo a admirarlas y luego le echó un vistazo a los zapatos que llevaba, de cuero, negros, incómodos y demasiado serios. Se echó a reír y regresó a casa prometiéndose volver al día siguiente para llevarse las zapatillas. A partir de esa noche, Verónica durmió del lado derecho de la cama y juntos escaparon de la rutina para siempre.
Fotografía de Mariana Morales. 
{LA MÁS HERMOSA}
Mi mamá odiaba las fotografías, o al menos eso dicen mis cuatro hermanos mayores. “Ni que yo fuera modelo, pa’ estar posando y sonriéndole a una cámara”, era al parecer lo que respondía cuando le pedían un retrato. Y me cuentan que era hábil, que ni dormida le pudieron tomar una vez una foto, ¡ni siquiera cuando aparecieron los teléfonos con cámara! Sofía, la más grande de mis hermanas, me dice que una vez logró capturarla cocinando y que tal fue el zafarrancho que mamá armó, que no tuvo otra opción más que borrar el delito para siempre. La vieja Graciela, mi madre, partió cuando yo tenía apenas dos años y medio. Se fue conociéndome más que nadie, pero me dejó a mí sin el placer de conocerla. Sueño con ella todo el tiempo, y no sé qué rostro ponerle. Varias actrices de Hollywood y de novelas venezolanas la han interpretado. Desde Meryl Streep hasta Gledys Ibarra. Y es que la vieja fue tan astuta que convenientemente perdió la cédula justo antes de irse, y como si fuera un chiste del Universo, en ningún registro hay una foto de ella. No tengo cara para su memoria, ni rostro que ponerle a la protección que siento todos los días en la calle. Mis hermanos la han descrito pero nunca lo suficiente, quiero facciones, saber que tan chiquitos se le ponían los ojitos al reír, cuántas líneas tenía en la frente, cómo era su cara al pensar, ¿sacaba la lengua o apretaba los labios? No lo sé, nunca lo sabré, pero hoy encontré una fotografía de nosotros en aquella casa, en aquella cama donde dormíamos los cinco hermanos. En ella se ve el cuerpo de una mujer, mis hermanos aseguran que es mamá. Aunque convenientemente para ella no se le ve la cara, solo hay que ver sus manos entrelazadas y las sonrisas en mis cuatro hermanos para saber cuánto nos amaba. Puedo dibujar, viendo esta foto, su sonrisa, su mirada, su ceño relajado al vernos juntos y felices. Y así seguimos los cinco, felices. Y hoy, al menos hoy, eso es suficiente para estar seguro de algo: tuve la mamá más hermosa de todas.
{cuentafoto}
Published:

{cuentafoto}

Published:

Creative Fields