Desde hace algunosaños ya no se ven porrazos por las calles. Esto sí que ha cambiado, aunque notengo idea si para bien o mal, pero al menos ya no nos golpean. Mientras medejen currar, me alcance para gastarme unas cervezas virtuales en el nuevo clubonline, y una vez al año pagar la entrada a la playa, ya me va bien. La verdades que no me imagino estar dándome de ostias con la policía sólo para conseguircinco días al año de vacaciones pagadas. Con todos los bares virtuales que hayen Barcelona, no hace falta andar viajando por el mundo. Aquella época debarbarie ya pasó, no hay duda, ahora vivimos más tranquilos. ¿Pero cómo diablospuedo hacerle entender eso a mi hijo? Los tiempos en que cualquiera podíaalborotar la calle eran peligrosos, nadie confiaba en nadie, cada semana habíauna manifestación en Barcelona. Pero hay que explicarle las cosas como son, total,ya es un adulto de 16 años. La próxima semana empezará a trabajar en la fábricade androides y es mejor que se acostumbre. Ese brazalete con el candado azul leahorrará muchos problemas. ¡Ay! Pero si el otro día parecía que me hablaba, conesas luces diminutas, esos nano procesadores, los programas que llevainstalados... Por un momento pensé que hablaba con una persona y me dijera:“Déjalo todo en mis manos”. Será que necesito algo de distracción. Este fin desemana pediré permiso en la comisaría para ir al parque. Claro, cómo no se meocurrió, también puedo llevarlo a él y comentarle lo importante que es nodesprenderse nunca de ese brazalete. Bueno, también tendré que pedir permiso enla escuela, pero no creo que se oponga el director. Ah, le explicaré tambiéncómo eran las cosas, cómo el mundo cambió para ser más organizado. Así será másfácil explicarle porqué vivimos como vivimos en el año 2042. Sí, hay quecontarle la verdad, que ahora tendrá que usar también ese bendito collar con elmismo simpático logo del candado azul.
Desde hace muchos añosque ya no doy porrazos por las calles. Esto sí que ha cambiado, aunque no tengoidea si para bien o mal, pero al menos ya no tengo que golpear. Mientras medejen currar, me alcance para hacer un par de multas virtuales, y una vez al añopagar el peaje para irme a la montaña, ya me va bien. La verdad es que no meimagino estar dándome de ostias contra gente que sólo quiere que le paguen susvacaciones. Con los nuevos neutralizadores magnéticos, no hace falta ser tanviolento. Aquella época de barbarie ya pasó, sin duda, ahora vivimos mástranquilos. ¿Pero cómo diablos puedo hacerle entender eso a la nueva generaciónde polis? Los tiempos en que los desempleados se habían tomado las calles eranpeligrosos, nadie confiaba en nadie, cada semana había una revuelta enBarcelona. Pero hay que explicarles las cosas como son, total, ya son policíasde 16 años. La próxima semana les tocará salir a las calles y es mejor que seacostumbren. La información que reciban de los brazaletes con el candado azulles ahorrará muchos problemas. Esa imagen del candau blau, tan segura de símisma y de su noble misión, como si hubiera nacido para protegernos. Con susabiduría infinita algo bueno nos traerá. ¡Ay! Si el otro día me sentíavergonzado, de conocer tantas intimidades de personas que nunca he visto, peroque un día puede serme útil. No debería sentir esta repentina empatía, he sidoentrenado para ello, a fin de cuentas soy un agente de la Nueva Guardia. Pedirépermiso para verme una película en casa, necesito ocupar la mente en otrascosas un par de horas. Tengo que idear la manera de explicar a los alumnos, ala nueva generación de polis, que hace treinta años que la violencia dejó deser el método de contención social más efectivo. Así será más fácil explicarlesporqué hoy debemos saber tantas cosas de la vida privada de las personas. Hayque decirles la verdad, que nunca deberán subestimar la ayuda de esosbrazaletes con el flamante símbolo del candau blau de la Nueva Guardia. Parece que la únicasalida es la violencia. No me importa lo que diga mi padre ni esas pantallasque están en todas las calles. Todos dicen lo mismo. Que vivimos mejor queantes, que todos tienen acceso a una cervecita, la playa, una película, y todasesas tonterías para olvidarse de los problemas. Yo no quiero tener nunca untrabajo de esos, en los que todo está predeterminado, donde sólo hay querecibir órdenes y hay que repetir la misma tarea cada día. No me resigno avivir así sólo para pagarme una visita a la playa. Paro eso, mejor no trabajar,y quedarse en casa. La verdad es que disfrutaría mucho reventar un poco estesistema y comprobar cómo se puede mejorar un poco este mundo. Para qué quieroyo esos bares virtuales donde ligas con alguien que, según el programa que tetoque, al fin y al cabo, es una persona asignada por una red de conexiones quenadie sabe cómo diablos funciona. ¿Y la playa? Ya está bueno de que nos vean lacara. Todo en nombre de la seguridad no vale. Cómo me habría gustado vivir enel París de 1789, en el Petrogrado de 1917, o simplemente, en el Madrid delseptiembre de 2012. Aquellos tiempos pueden volver en cualquier momento, lopuedo sentir en el miedo de las personas a perder sus brazaletes, con esemaldito procesador con su candau blau. También puedo sentir el olor del control,en esas largas colas para acceder a los centros de distribución de losprogramas, que controlan todo en nuestras vidas, desde la nevera, hasta elflujo de agua en los malditos lavabos. ¿Cómo hacer entender, por lo menos a mipadre, que podemos vivir mejor? Con todo este sistema de control, no me lo creoque ahora todos confíen en todos, como en un estúpido cuentos de hadas, dondetodos duermen el sueño incubado por un servidor informático de inteligenciasocial. Tendré que buscar más imágenes en los mercadillos clandestinos, de loque llamaban fotografía digital, para ver cómo era Barcelona cuando era libre.Sí, había cosas que no funcionaban bien, como la corrupción, el deficienteservicio de salud y el desempleo; pero también había otras que no estaban mal,como caminar por la ciudad sin pedir permiso a nadie y visitar los parquescuando se te diera la gana. No pienso acostumbrarme a ser un simple gestor demáquinas que fabrican máquinas. Tampoco me quiero poner ese aparato con elcandau blau. Si lo hago, de pronto me habré convertido en uno de ellos, sinpreguntas sobre nada, sin ganas de reclamar por nada, como si la vida sólofuera seguridad y control. ¿Cómo hacerlo sin alterar todo ese orden tanpredecible? No quiero pensar en ello, pero a veces me digo: “¡Pero es imposiblesin bomba!”
Carta del 2042
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(e) Gustavo Franco Cruz (i) Maria Mestre

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