Este desierto no es de arena, sino de piedrasy grava. El sol es fuerte, quiere perforar la roca, derretirla, llevar la luz asu interior. Pero las piedras son igualmente fuertes, y aguantarán el envite.No así los matojos muertos que salpican el paisaje, no están hechos para estejuego incandescente. Más allá, el horizonte se levanta en pequeñas lomas. Untoro corona la más lejana. La figura negrísima recorta el cielo, y su ilusiónde vida desafía a este paisaje desesperado. Pero está a punto de morir: unapata yace rota a sus pies, y en el lomo hay agujeros que dejan ver laestructura metálica que sostiene apenas su cuerpo.

Y esto es todo. Podemos irnos ya a un lugarmejor. Pero un destello, percibido de reojo, nos obliga a mirar de nuevo.Ahora, donde antes sólo había sol y rocas, está Jesucristo. Ha llegado desnudo,con las manos vacías. Mira hacia lo lejos y parece esperar. Así permanece largotiempo, hasta que algo rompe la quietud del horizonte, un espejismo apenasadivinado entre las olas de aire caliente que se elevan de la tierra. Conforme esose acerca, descubrimos que se trata de un hombre. Viene corriendo desde muylejos, y ¿quizá por arte de magia? ya lo tenemos aquí, al lado de Jesús. Elhombre resopla afanoso tras la larga carrera, doblado sobre su cintura. Vistetraje azul sucio de polvo, corbata de estética cuestionable y zapatos no muycaros. Es más gordo que flaco, con algo porcino en sus ojos, y cubre su calvacon pocos pero largos pelos. Recuperado el resuello, se sienta pesadamente enel suelo, al lado de Jesús.

-Aquí estamos otra vez- dice mientras se secael sudor con la manga - Nunca entendí tu afición por los desiertos y otrossitios incómodos. Pero, en fin, no importa el lugar sino lo que venimos ahacer, ¿verdad?

Jesús no responde a la mirada interrogante.Sus ojos siguen fijos y serenos en el horizonte.

-Siempre fuiste de pocas palabras.- suspira elotro– De todos modos, ya dijiste en sumomento todo lo que tenías que decir. No tienes derecho a decir más, así quesigue en silencio, no me importa. Imagino que éste no es tu segundoadvenimiento. –mira alrededor, en busca de ángeles y trompetas. Al no ver másque sol y piedras, prosigue- Supongo que te has encarnado de nuevo sólo paraver en persona cómo van las cosas por aquí.

Jesús asiente en silencio.

-Bien. Aún recuerdo aquella vez en que portres veces intenté tentarte, en un desierto no muy distinto a éste. Tu orgullome resulta insoportable. Viniste con las manos vacías, desnudo, sin nada queofrecer. Pudiste convertir las piedras en pan, pero quisiste que los hombres tesiguieran por libre voluntad, no a cambio de un soborno. Pudiste arrojartedesde la torre más alta y volar, pero elegiste que los hombres fueran librespara creer. ¡Puse a tus pies todos los reinos de la Tierra! –grita en unarranque de cólera- Pero elegiste el dolor y la indignidad.

El hombre resopla, escupe al suelo condesprecio.

-Eres pertinaz. Sigues empecinado en que loshombres sigan tu ejemplo, en que sean libres como dioses. Perlas para loscerdos. Entérate de una vez: el ser humano es vil, abyecto, y por encima detodo, estúpido. Es como un animal, o un niño, que cifra su felicidad en tenerpan, paz, y un amo. No necesita la libertad que tú enseñaste; en su imbecilidadle resulta incomprensible y aterradora. Tú sabes bien de qué hablo, ¿verdad? Lalibertad no es un concepto, no es un estado, no es un sentimiento, no es unobjetivo, no es algo que se gane o se pierda. La libertad es acción, es conflicto. La libertad cobra vida cuando elindividuo toma una decisión y actúa, para bien o para mal. Pero el hombre sabebien que conducirse con libertad tiene un precio: puede perder su pan, su paz,y sin duda será perseguido por los que se proclamen sus amos. Tú mismo eres lamejor muestra de ello. –el hombre mira a Jesús con ferocidad- Seguid miejemplo, sed libres, y el Paraíso será en la Tierra, proclamaste. En lugar deello, los hombres crearon la Iglesia. Supongo que ya lo sabes, la Iglesia hasido mía desde entonces. Es una paradoja deliciosa: con el misterio de Tunombre en mi mano he cuidado bien del rebaño. Pero el instrumento estáobsoleto, corren nuevos tiempos, tiempos de nuevos dioses, nuevos amos ymecanismos más sutiles. Te voy a demostrar cómo funciona.

El hombre se remanga y mira su reloj.

- Son la tres y doce minutos. Ahora mismo, nomuy lejos de aquí, un hombre llamado Juan Carbó va a negar su propia libertad.Está en la oficina donde trabaja, y presencia cómo el jefe increpa brutal e injustamente a un compañero, un chico jovenque hace poco empezó. No es la primera vez que este chico sufre, ni será laúltima. A eso lo llamamos acoso, en estos tiempos que corren. Juan Carbó podríaejercer en ese momento su libertad. Podría, pongamos el caso, seguir tuejemplo, ¿no dijiste una vez algo sobre amar al prójimo? Podría enfrentar laira de su jefe, ayudar a su compañero, hacer algo, cualquier cosa. Sin embargo,no hará nada. Endurecerá su corazón. Razonará que no es de su incumbencia, queél no es el responsable, y no hará nada. Nada. Se irá a su casa a seguirdisfrutando del pan duramente ganado, de su televisión, su enorme sillón, suvitrocerámica y su coche con asientos regulables. Pagará religiosamente sus impuestosa los nuevos Césares, y a cambio vivirá en paz. Y aquí viene lo mejor de todo:Juan Carbó morirá en la convicción de que fue libre. Tú y yo sabemos que lalibertad no es elegir un modelo de tostadora, ni a quién votar cada cuatroaños. Pero Juan Carbó no sabe qué es la verdadera libertad. No lo quiere saber.Le aterrorizaría saberlo, te lanzaría tu libre albedrío a la cara, gritando¡Estás loco! Prefiere mil veces esa otra libertad, ese cómodo embuste,esa patética falacia ideada y magistralmente vendida por los maestros delmisterio y la palabrería, esos políticos a los que tanto tengo que agradecer.

Por la papada del hombre corren gotas desudor. El sol arrecia.

- Así pues, querido, mi mundo está hecho deJuanes Carbó. No de grandes genocidas ni villanos de cómic, sino de redes demiles de millones de pequeños y conmovedores hijos de puta, que en su terrorpor disgustar al amo, renunciarán a su libertad y no moverán un dedo por quiensufre a su lado. El sistema es eficaz. Yo digo al Hombre: Te daremos pan a finde mes, te daremos paz, seguridad, te daremos ídolos y nuevos dioses, miríadasde ellos, desde un partido político a un equipo de fútbol. Si te pica laconciencia, te dejaremos apadrinar un niño hambriento de algún país perdido.Podrás pecar un poco, pero sin propasarte. Incluso te ofrecemos un concepto delibertad tan cómodo y sin riesgo como unas pantuflas. A cambio, permanecequieto junto al resto del rebaño. Los amos decidirán tus tiempos de trabajo,tus tiempos de ocio. Decidiremos por ti qué es bueno y qué es malo. Recuerdaque el César, de la misma forma que da, despoja, y todo lo debes a él.Aplaudirás mientras te robamos tu dinero y embrutecemos tu alma, y te creeráslibre mientras cargamos en tu lomo una cadena tras otra en nombre del biencomún. Te aseguro que los hombres aceptan el trato felices y agradecidos.

Se levanta una suave brisa que agita elcabello de Jesús.

-Como ves, he montado un sistema en el que túya no eres necesario. Lo que pides al Hombre va en contra de su propia naturalezaesclava. Nadie te tomará en serio. Tenemos una cosa llamada Nóbel de la Paz, selo damos a algunos que insisten en ser libres a tu estilo. Un poco de atencióny una palmadita en la espalda es más cómodo para callar bocas que una pira deleña, o el tajo del verdugo. Y está mejor visto. Si quieres, te damos el Nóbel.A mí me da igual. No eres más que una curiosidad de feria, y tu mensaje no valenada. Esta vez padecerás un destino peor que la tortura y la muerte: loshombres te ignorarán.

Jesús se ha incorporado y mira al horizonte deespaldas al hombre de corbata. Parece pensar. El otro le mira de soslayo, ya ensilencio. Jesús se vuelve y camina hacia el hombre. Con las manos coge su caragruesa y sudorosa, y pone los labios en su frente, en un beso tan suave como elde un padre al hijo recién nacido.
El hombre lo ve alejarse. En sus ojos duroshay una sombra tímida. Duda.
Nuevo Gólgota
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(e) Víctor Benito Arias González (i) Juan David Urbón Cabeza

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