‘¡Pero esimposible sin bomba!’, repitió ansioso. Todo aquello, sin el más mínimo sentidopara él, se reflejaba en sus ojos artificiales. ‘Parece que podría repetirlohasta mil veces y no lo entenderías’. El silencio brotó de nuevo de su boca yllegó, ensordecedor, a los oídos del niño.

La luz fileteadapor la cortina de listones metálicos que entraba en la habitación, agravaba lasfacciones del muchacho. Rió sonoramente y volvió a clavar sus ojos en laspalmas de sus manos. ‘Te dije que las cosas no se hacían así, que necesitábamosun plan. Ahora todo se ha complicado demasiado’.

El niño se frotólas manos violentamente, se levantó de la cama, dio varias vueltas a lahabitación, hasta que, súbitamente, unas luces rojas y azules iluminaronintermitentemente la estancia. ‘Y ahora la policía… ¿¡qué vamos a hacer!?’. Tansolo las sirenas rompieron el brutal zumbido de silencio de los crueles ojosnegros.

Aquellas luces ysirenas le provocaron un estado de ansiedad y por su mente pasaron algunasimágenes que atesoraba con amor. Escenas estáticas o a cámara lenta, con lucescálidas y sonidos difusos, envolventes. Una gran caja de color rojoresplandeciente abrazada por una cinta de color azul. Un oso de trapo aparecióde su interior, iluminando el rostro del niño. ‘¡Te voy a querer a más que anada en el mundo!’. Un año después, mientras daba vueltas a la habitación, aúnsentía ese intenso amor por su peluche y las primeras palabras que le dijo elmuñeco resonaron en su interior: ‘Yo también…’.

Le escrutó desdeel escritorio, con su par de ojos oscuros, sentado contra una pila de revistas.Su mirada era irresistible, el niño no pudo aparatar su mirada de él. ‘Noinsistas con eso, volarlo todo por los aires no es una solución. ¡Ya no! Miracómo están papá y mamá…’. El niño se asomó a la ventana y observó los cuerposde sus padres espachurrados contra el arcén. La policía ya tenía montado todoun dispositivo y ladraron por el megáfono. ‘¡Muchacho, sal de ahíinmediatamente! ¡No te va a pasar nada!’.

El niño entró denuevo a la habitación y cerró la persiana de listones metálicos. ‘¡No, no medigas que me tranquilice! ¡Antes de acabar con los papás tendríamos que haberprevisto la explosión! ¡Yo… yo no quiero ir a la cárcel…’.

Caminó encírculos por la habitación, lanzó miradas cargadas de odio hacia esos ojosnegros que no dejaban de mirarle. ‘¡Tú tienes la culpa! ¡Si no hubierasaparecido todo estaría bien! Estaría en el centro comercial con los papás ynunca, nunca, me hubiera metido en un problema como este!’. Cogió al osito delcuello y lo zarandeó, le aplastó la cabeza contra la pared, lo tiró con fuerzaal suelo, le pisó repetidas veces el cuerpo y, de una patada, lo envió al otroextremo de la habitación.

El megáfono dela policía distorsionó con un chirrido y una voz deformada por la amplificaciónhabló. ‘No puedes quedarte siempre ahí dentro. Sal y solucionaremos todo esto.No tengas miedo, no queremos hacerte daño’. Ni un solo sonido salió de la bocadel niño. La distorsión volvió a amplificar las palabras del policía. ‘Si nosales en dos minutos, entraremos. Tú elijes’.

‘¡¿Has oídoeso?! ¡Van a entrar a por mí!’. El niño sostenía al osito entre sus brazos.‘Perdona por haberte pateado, Tim. No quería hacerlo, sabes que te quieromucho, mucho…’. El oso de trapo se deformó con el abrazo y se mojó con loslagrimones que resbalaban por la cara del niño, que se limpió las lagrimas conel reverso de la manga y se acercó a la ventana.

El rostro pálidoy ojeroso del chico fulguró con las luces. Un potente foco lanzó su halo blancohacía la ventana, en lo alto de la casa de madera morada. Instintivamente, elniño se cubrió los ojos. El megáfono reprodujo : ‘¡Chico, vamos, baja connosotros y arreglaremos todo esto. Ya no podemos hacer nada por tus padres,pero tú puedes salvarte’. Los ojos plásticos del osito resplandecieronfugazmente.

‘¡Ya lo sé, Tim!Pero qué otra opción queda. Te he obedecido en todo, lo sabes. Yo no queríahacer caer a mamá… solo teníamos que hacer daño a papá. ¡Y tú me dijiste quetodo saldría bien! ¡Y ahora están muertos! ¡Y me pides que vuele todo por losaires! ¡En qué estabas pensando, Tim! ¡Sólo soy un niño!’. Cayó sobre susrodillas y, de nuevo, las lágrimas brotaron de sus ojos.

‘Sí, siempre hasestado a mi lado, pero ya basta. Sólo he causado dolor a mis padres… ¡No digaseso! ¡Papá hacía todo eso porqué me quería! Me lo decía siempre… ¡No, no metasa mamá en esto! ¡Ella no sabía nada, no podía hacer nada!’. Entonces laslágrimas se mezclaron con los mocos y su rostro inflado, desencajado, ardió derabia e impotencia.

‘Tim, ¿qué voy ahacer ahora?... No, no tengo ninguna bomba, Tim… no puedo explotar nada…’. Lamirada del niño se centro extrañamente hacia el rostro del osito. Una miradalenta y espiral que le sumió en la oscuridad, arrebatándole la última de lasesperanzas. Se puso en pie y se limpió las lágrimas con las palmas de lasmanos. Cogió a Tim y lo sentó en la cama, lo manoseó hasta otorgarle su formaoriginal después de haberlo deformado con sus ataques.

‘Vale, Tim,ahora sí vas a tener una buena bomba. Igual que el verano pasado, en lapiscina, ¿te acuerdas?’. Corrió hacia la ventana. El reflejo veloz brilló enlos ojos del osito de trapo, repletos de tristeza.

Extendió losbrazos cortando el cordón umbilical que le unía al peluche y se lanzó al vacío.Por un segundo sintió su cuerpo flotar, detenerse en el tiempo, como si de unode sus recuerdos se tratara. Gritó un sonoro ‘¡¡Kaboooom!!’ e inmediatamente seprecipitó contra el asfalto. Sus tripas se desparramaron junto a los cuerposinertes de sus padres.

Era nochecerrada y las luces de las sirenas estroboscópicas iluminaron la escena. Enbreve, en algún árbol cercano, un mirlo cantaría la bienvenida al nuevo día.
¡KABOOOOM!
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¡KABOOOOM!

(e) Carles Jiménez (i) Juan Rubí

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