Había sido una semana lenta, el ambiente estaba adormilado hasta que una chica pelirroja cruzó la puerta con un manuscrito en sus manos. Encendió un cigarrillo y se paseó por la oficina, aunque no habló mucho se le notaba el acento paisa; nos entregó el manuscrito, solo dijo que deberíamos leerlo y entenderíamos todo. De repente, la semana se había puesto interesante.