Hubo una vez un cuervo que vivió más que todos sus hermanos, incluso que los hijos de sus hermanos. Conservaba cada una de sus plumas, la diferencia era su mirada de tranquilidad con la cual llenaba de calma a sus compañeros. Todos los cuervos lo consultaban por ser el más vetusto y él les contestaba como el creía prudente.

Un día un joven le preguntó cómo era saberlo todo; a lo que el cuervo viejo le contestó que no lo sabía todo, sólo experiencias propias que él ha pasado.

El chico no comprendía la respuesta del cuervo hasta que creció y se volvió un viejo. Volvió a visitar al cuervo sabio quien sorprendentemente se mantenía igual. Le dijo que se dio cuenta que la vida es fácil, sólo que cuando aprendes a vivir ya está por acabar, así que hay que vivir con felicidad.

El cuervo sabio le dijo al "joven", ves, hoy me enseñaste algo nuevo. Ambos sonrieron y se despidieron con la mirada que sólo los viejos te pueden regalar. La de la serenidad.