“¿Lo que soy?, Es difícil plantear esa pregunta sin antes evidenciar todo lo que he hecho, a quien he conocido, a quieres he abierto mi casa, los que me han visto pasar pero no saben quién soy, las cosas que he tocado, manipulado y utilizado para crear. Mi barrio, la población, la vieja sapa, el pastero, la plaza más conocida como el cementerio de las papelinas, los volantines a punto de caerse, el potrero de la esquina, la mirada de los profesores que veían un castigo en educarnos, las patas cochinas; las fogatas que hacen de estufa, cocina y mesa de centro; los viejos tirando pollos mientras toman pipeño arreglado, las sabanas negras en piñén, el olor a mierda, bañarse una vez a la semana, la ropa de marca tapizá, los autos robados que quedan estacionados en algún pasaje que dieron escape a los que andaban de astutos y se pegaron la salvá, los cubos de diez pesos, las sopaipillas de treinta, los rescates del supermercado, los anticuchos de perro, las peleas en la cancha, la abuela aguantando al tata que llega curao un día sábado, un día domingo, lunes, martes, miércoles, a veces jueves; la pastabase, los que se creyeron fichas, los no tan ficha, mis amigos del colegio con los que me fume unos porros, con los que tuviste taco, los que no tenían papá, los que no tenían zapatos, los que no tenían almuerzo, los que no tenían porque nunca les faltó, los que nunca les faltó porque nunca tuvieron nada. Los muertos, a los que mataron y a los que se buscaron la muerte; los evangélicos dando jugo un día domingo, nosotros dándole jugo a los evangélicos el mismo día, las que putean por pasta, los abuelitos buscando a los nietos, las ferias, los yogures a punto de vencer, la carne de caballo pal 18, los grifos abiertos, las mamas llevando el shampoo para que el hijo aproveche de lavarse, los riachuelos negros en cebo. Los mismos que son la perfecta alegoría de nuestra vida en esta ciudad, en donde estamos destinados a ser apartados, a criarnos con leyes propias que son el destino del ego, el beneficio soberbio, que solo nos lleva a enajenarnos y hace que la única conexión con el otro ser sea el infame corte del dedo índice; que por lo general termina debelando lo que somos, lo solos que nos sentimos en este mundo. El desamparo como forma de existencia “Entre el índice y el corazón.”


Tima
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