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¿Conocimiento o humanidad?

Ilustración por Kayla Oliver

¿Conocimiento o humanidad?

La idea me parecía atroz. Mi  consentimiento era lo único que faltaba y mi pareja me presionaba. Inyectarle a mi hijo recién nacido nanobytes. Hace dos años habían descubierto como crear enlaces neuronales a través de estos pequeños robots que se esparcían en el cerebro. Su principal uso era el aprendizaje. Aprender toda la primaria en una semana. Secundaria, semana y media. Una carrera, menos de un mes. La comunidad lo había aceptado como un invento divino. El siguiente paso para la humanidad. El ochenta por ciento de la población mayor a 18 años tenía este hardware en las venas. Algunos reacios, como yo, no habían aceptado volverse una computadora con pulso. Sentíamos que las experiencias vividas y la curiosidad innata es lo que forman el carácter y la humanidad de la persona. Mi pareja se había inyectado hace medio año y afirmaba que su visión del mundo había mejorado. Yo solo sentía que ahora vivía con una persona completamente extraña. Que había perdido su esencia. ¿Era esto lo que quería para mi hijo? ¿Darle una vida sin ningún tipo de curiosidades ni sorpresas? Pero, por otro lado, la idea de que no le alcance la vida para aprender lo que los demás chicos aprenderán en medio año me preocupaba. Por mucho que tratara de suavizarlo, mi hijo tendría una gran desventaja con respecto a sus futuros compañeros y no podría inyectarse hasta los 18 años. Quizá era la mejor opción. Aunque la idea de tener un hijo que sea infeliz por 18 años hasta que pueda inyectarse el conocimiento debía ser suyo por derecho y que fue negado por una madre obtusa me mortificaba. Solo me quedaba mi tercera opción. Una opción concebida en la desesperación de mi dilema. Quizá la ignorancia podría ser una bendición. Pero no para mi hijo, para mi. Otra de las grandes ventajas de los nanobytes es que también puede eliminar enlaces neuronales. He decidido inyectarme los nanobytes y firmar el consentimiento. Eliminare esta culpa de raíz y traeré un hijo adaptado a este nuevo mundo del conocimiento. Y la razón de estas líneas es que yo, Joan, dentro de 20 años, leeré esto. Leeré y sabré si la decisión que tome ha sido la correcta o si mi cobardía arruino la vida de mi hijo. Así sabré si merezco respirar tranquila el resto de mi vida o volarme la tapa de los sesos para apaciguar mi culpa.

Nos vemos dentro de veinte años, Joan

Suerte  
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