Chiclana de la Frontera (Cádiz) / España
La parcela está situada en la playa de la Barrosa pero la conexión visual (directa) con el mar resulta imposible. Las dimensiones de la misma y el programa a desarrollar procuraban el aprovechamiento máximo de su edificabilidad. La implantación de la edificación en la parcela respondió con una geometría rotunda alineada a linderos y posicionada agotando la separación a los mismos. Se trataba de pegarse al norte para liberar el mayor espacio posible en el sur. Estos espacios intersticiales se urbanizan con solados grises, tapices verdes y la rampa de acceso a sótano. Un contundente y tratado cerramiento de parcela termina de dignificar estos espacios. El jardín,liberado en el sur de la parcela acoge la piscina de agua salada. Un pino centenario, compañero del entorno, gobierna este ámbito.
El volumen edificado hace suyos lenguajes vecinos interpretándolos a su conveniencia. Así el ladrillo visto blanco, la teja negra, las cornisas discontinuas y la cerrajería lineal y exenta de ornamentación, se combinan en una volumetría compacta y rotunda, sesgada con paños inclinados de teja negra y horadada con huecos de proporciones horizontales. La planta baja alberga los usos habituales de día, salón-comedor, cocina y aseo, más el núcleo de dormitorio principal. La planta alta se destina a los invitados, tres dormitorios y un baño. Y por último, la planta de sótano como espacio de ocio, como contenedor y como garaje.
La vivienda se organiza alrededor de un gran espacio que realiza las transiciones horizontales y verticales. Bañado de luz y situado en la confluencia de los ejes principales de la casa, en su centro gravitatorio. En él se funden la piel exterior con la interior en un juego de encuentro entre materiales. Metáfora evidente de la relación de este espacio con los porches, espacios de transición, y el exterior de la vivienda, el propio jardín.
