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El tero Azul - Ilustración Roldan UBA 2015 - J.Gómez

 
 
 
El joven indio, hijo del médico yuyero, se paró frente al Consejo de
Ancianos que había mandado llamarlo. Aguardó. Un par de teros, con
plumaje gris, soltaron un grito. Los espíritus, pensó el joven, enviándome
una señal.

Una anciana de piel apenas arrugada y mirada luminosa se dirigió a él:
—Viene un invierno difícil. Necesitamos líderes para el futuro. Alguien
en quien confiar. Pero la confianza debe ser ganada. Por eso, tenemos una
misión para vos. Deberás buscar el Tero Azul. Nada tiene de diferente con
los comunes y corrientes: solo que su plumaje es azul. Tendrás seis días y
seis noches. Entonces, solo entonces, podrás volver.

—¿Qué debo hacer cuando lo encuentre?

—Solo mirarlo.

El joven se aprestó a marchar, luego de que una bella muchacha de su
edad le entregara un buche de ñandú con harina de mandioca y charque
de pescado. Al amanecer, bajo un cielo sin sol, partió.

El primer día no lo descubrió y, a la noche, descansó bajo la luz de la luna.
Y Guidaí, que así se llamaba la luna, fue un poderoso disco amarillo en el
cielo oscuro, dándole energía a los espíritus protectores de la pradera. Recordaba al joven, como a todos los recién nacidos, presentados desnudos,
fuera invierno o verano, ante sus rayos.

El joven, mientras tanto, recordó a la muchacha que le había dado la poca
comida que llevaba. Soñó que el cabello oscuro de ella cambiaba de color,
transformándose en hilos plateados, como luz de luna.

Ni al día siguiente ni al otro, halló al Tero Azul. Vio, sí, ceibos de flores
azules y blancas. Pasó la tercera noche bajo uno de ellos, de flores rojas. Y
recordó cómo la muchacha le había contado la historia de ese árbol.

Una joven madre cayó al suelo, perseguida por una fiera cazadora, con
su bebé. La madre se entregó para proteger a su hijo y luego los huesos
fueron devorados por la tierra. De allí nació el ceibo y comenzó el mundo.
El ceibo, desde entonces, era el árbol de la vida.

—Las flores —le contó la muchacha— son rojas por el beso de una joven
mujer, mientras esperaba a su amado. Rozó apenas las hojas del árbol con
sus labios y sus flores se volvieron rojas.

El joven demoró en dormirse, aunque estaba agotado. Y soñó que los
labios de la muchacha se volvían rojos, rojos como la flor del ceibo.

El tero no apareció en el cuarto día. De noche, se aprestó a dormir. El cielo
mostraba cuatro estrellas en forma de cruz. Eran la Huella del Abuelo
Ñandú, la misma que él había dejado para guiar a los primeros charrúas
en llegar a esas tierras. El Abuelo Ñandú había sufrido un maleficio que
le impedía volar. Pero él pidió permiso a los espíritus para caminar una
última vez por el cielo.
 
 
 
El tero Azul - Ilustración Roldan UBA 2015 - J.Gómez
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El tero Azul - Ilustración Roldan UBA 2015 - J.Gómez

Trabajo realizado para la catedra de Ilustración Roldan, UBA 2015. Cuento: El tero azul

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