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"Es un interesante viaje, lleno de personajes fantásticos, batallas; pero también es un viaje al interior de cada uno de ellos, en donde intentan descubrir, comprender qué llevó a un Emperador a la locura, a iniciar una guerra que puso fin casi de manera apocalíptica a varios reinos."
 
El Escritorio del Búho
 
 
"Los personajes están muy bien desarrollados, son muy creíbles. Son personajes muy oscuros, que han pasado por mucho, y que van vagando por la realidad a su vez que son atormentados por el pasado y sus pesadillas."
 
The Books Lover
PRIMERA PARTE: CULPA
CAPÍTULO UNO
 
Era una noche tranquila en los bosques del Reino Vitae, muy cerca de las ruinas, lo poco que quedaba de su gloria hacía un par de ciclos atrás, bajo el brillo de las Estrellas apareciendo a la distancia. La suave brisa desprendía las hojas de los árboles con apenas una caricia, en un prado abierto donde el verde era sustituido por la roca, donde la madera se levantaba en cabañas o lo poco que quedaba de ellas. Era un mundo diferente a aquel que había conocido dos ciclos antes, y aunque para todos los demás el destino de la Existencia se había tornado oscuro y vacío, para él no era más que un ir y venir de las Eras; no porque el cambio fuera el ciclo natural de las cosas, sino porque jamás le había importado.

En una de las laderas rumbo al pueblo, con capucha y capa larga marrón, desgastada al extremo de simples harapos cubiertos de tierra y hojas secas, y un potente hedor cubriendo la brisa de hojas verdes; con una barba negra, larga y espesa sobresaliendo del agujero donde debiera encontrarse su rostro, los pies arrastrando y los puños cerrados, y apenas distinguible una mirada oscura, fija en las primeras chozas del poblado. Ese vagabundo que ansiaba encontrarse con el traidor, un vagabundo cegado por la ira. 

Avanzaba lento por la vereda verde adentrándose entre las chozas vacías. Buscaba algo, o alguien, o algo pues para él todos eran algo y no alguien, nadie era alguien después de ella. Su mirada fija en la vereda, giraba bruscamente la cabeza por cualquier sonido; hojas, viento, crujidos; cualquier sonido pues sabía que estaba cerca, pero la presencia de aquellos le dificultaba localizarlo. 

Un grito. 

El grito de una mujer, agudo y penetrante, llamó su atención enseguida; “Ese grito…” pensaba “ese grito otra vez”. Sus puños oprimidos atravesaban la piel con sus propias uñas, sus ojos perdidos y sus recuerdos vívidos. 

Un segundo grito le regresó a la realidad, y rápido identificó su origen. Atravesó los caminos entre las primeras chozas para adentrarse aún más al pueblo, cuyas viviendas comenzaban a perder la forma de ruinas vacías. A varios pasos de distancia, detrás de un montículo de tierra y ceniza, se encontraba una fuerte escena, con la mujer golpeada, sollozando con las prendas desgarradas, frente a un par de enormes criaturas fornidas, sucias y brutas, “aquellos” estaban allí. 

Las criaturas que todos llamaban “Bestias”. Podían tener alturas varias, pero la mayoría eran del doble de una persona promedio; sus miembros grotescos se habían deformado con bulbos de carne y grasa, como si su cuerpo se doblara por dentro dejando ver solo los bultos bajo la piel. Sus rostros congelados en expresiones de terror visceral con las mandíbulas desviadas, los ojos perdidos en la nada, apenas identificables como rostros humanos los cuales alguna vez tuvieron. 
Iban desnudos, pero esto no les importaba pues carecían de cualquier pudor, carecían de cualquier sentimiento o pensamiento humano pues hacía mucho tiempo habían perdido la humanidad. Las Bestias se movían por instintos básicos como el hambre, pero más que nada bajo el instinto del Miedo. 

La mente del vagabundo se perdía lentamente, consumido por la ira, cegado por su obsesión, embrutecido por la venganza. Los recuerdos cobraban vida frente a él, la mujer era aquella mujer, él era aquel él, las Bestias eran ellas mismas. 
Se abalanzó sobre ellos con una fiereza digna de un tigre hambriento, sus pupilas amplias y perdidas, sus manos abiertas como garras listas para penetrar hasta el hueso, su deseo de muerte ansiando la sangre de su víctima, su lengua saboreando la futura carne entre sus dientes; ese era el poder de su ira, una mente vacía en un monstruo sin alma. Mientras más corría hacia ellos, más se perdía en su desesperación; sus recuerdos aparecían frente a él con una nitidez tan real que era difícil separar su ilusión de la realidad: El grito desgarrador, el deseo de salvarla, y la mirada completamente perdida; ese maldito grito, esa maldita mujer. “Cállate, cállate…” pensaba una y otra vez con desesperación. 

Las Bestias apenas si reaccionaron ante la llegada del vagabundo; mientras una apenas escuchaba las rápidas pisadas, la otra caía debido a un poderoso puño que entraba de lleno a su rostro, derribándolo y noqueándolo de un solo golpe. Pero no se detuvo ahí; el iracundo vagabundo caía con la primera Bestia mientras sujetaba su cabeza, y la torció separando las vértebras, todo ello antes de caer a la tierra. 

Podía sentir el tronar de los huesos mientras giraba su cuello, el último aliento de vida apagado antes siquiera de darse cuenta de qué sucedía, y la tierra recibiendo el cráneo de la Bestia a la que acababa de asesinar. No le importaba, eran simples vidas vagas en un mundo destruido, criaturas indecentes intentando sobrevivir a su inevitable final, cayendo en instintos vanos para intentar huir de su desdichada realidad; eran Bestias. 

La segunda Bestia perdió el poco control que le quedaba, y justo como pensaba el vagabundo, se había convertido por completo en un animal de instinto puro. Así era el nuevo mundo: desgarrado, instintivo, bestial; así era la Existencia después de la guerra. 

No le dio tiempo de escapar o atacar; apenas había acabado con la primera en el suelo, se abalanzaba sobre la segunda criatura con la misma fiereza justo directo a su abdomen; pero esta vez no era una garra la que cumpliría con la misión, sino un filo metálico, reluciente como la plata, que apenas dejaba ver una estela mientras surcaba el camino entre la capa derruida y sucia, y las entrañas que pronto se esparcirían por la tierra suelta y ceniza. 

La pelea había terminado, pero el recuerdo seguía vivo en su mente: no había sangre, no había muertos, solo estaba él… él al borde del abismo, él y ese maldito grito en su cabeza. 

–Calla, – susurraba el vagabundo con voz apenas audible. Se encontraba de pie frente a los dos cadáveres, con la cabeza torcida, los puños fuertemente cerrados y la mirada oculta bajo la capucha. 

–Calla, – elevaba la voz – ¡¡¡CALLA!!! 

Ese grito, ese endemoniado grito aún desgarraba sus oídos, su mente, su alma; deseaba arrancarlo del aire, aquel maldito sonido chirriante y agudo que perforaba desde lo más profundo de sus recuerdos. 

La mujer observaba desde la tierra aterrada por la sangrienta escena, por la locura del vagabundo, y por aquella mirada siniestra y perdida que rezaba por evitar directamente. Sus ojos se cruzaron por un breve instante, segundos que transcurrieron eternos para la mujer, y transcurrieron en otro tiempo para el vagabundo. Aún vivía en sus recuerdos. 
  
Saga Emperador: MIEDO
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Saga Emperador: MIEDO

Un Emperador, cegado por la ira. Un Reino, desaparecido tras la victoria. Una Existencia, consumida por el Miedo. Dependerá de Arden y Oneroi, l Read More

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