Alguna vez se detuvo a ver como dialogaban dos espejos, ver la repetición del infinito para sentir que la vida se repetía a sí misma en un ciclo constante de muerte y nacimiento. Sentía esa repetición dentro, su figura le recordaba claramente el mito del eterno retorno, donde todo no es más que la duplicación de una vida ya vivida que se prolonga al infinito, donde cada acción se realiza una y otra vez.  Tomar un café en la mañana, lavarse los dientes, se volvían acciones insoportables sabiendo que eran una condena eterna. Se sintió atrapado en su cotidianidad reflejada en los espejos, en una cadena sin variantes, una prisión donde tendría que volver a nacer, a amar, a odiar, a aprender, donde a los seis años se caería una y otra vez y se partiría el brazo y le pondrían el yeso insoportable, eternamente.  Pero la ilusión pasaba con simplemente bajar uno de los espejos, ahora solo quedaban él, su Doppelgänger en el espejo y los peces negros que bailaban en la luz del baño. Recorrió los pasillos lúgubres para entrar de nuevo al mundo.