Quien no escucho hablar de aquel trayecto donde el antiquísimo ferrocarril que salía de Buenos Aires hacia el litoral argentino, recorría las vías parando en cada pueblo a su paso.
En cada parada, el sonido del tren se callaba y un conjunto de canticos al unísono se oían por todos lados, donde los pueblerinos vendían todo tipo de bebidas y comidas, ya que la mayoría de los pasajeros no tenía acceso a consumir en el vagón comedor.
Eran 1100 kilómetros de trayecto y unas 36 horas de viaje, donde subía y bajaba gente de diferentes provincias que viajaba a visitar sus parientes en el interior del país.
Familias completas con niños de todas las edades, cargaban con heladeras con provisiones para el viaje, enormes maletas, que hasta parecía que se mudaban, y a veces hasta con sus pequeñas mascotas que los acompañaban.
Personajes extraños y bastante peculiares, rondaban entre los vagones intentando sociabilizar con quien encontraran dispuestos a hacerlo.
Trabajadores de todo el país, aprovechaban para viajar largas distancias por un precio accesible, entre tanto, los mochileros se mezclaban entre la tripulación, no solo para abaratar costos, sino también para encontrarse con otros viajeros que llevaban el mismo destino.
Lo que unos veían como un largo y tortuoso viaje, otros lo vivíamos como una gran aventura.
Por segunda vez me subí al tren, pero esta vez, con la cámara cargada y con ansias de llenarla con imágenes nuevas que contaran historias pos si solas.
Con el ojo alerta, recorrí los vagones en busca de ellas, en mi camino me encontré con diferentes personajes de los que solo se conoce en ocasiones como estas.
