Me sentía ajena al teatro.

No porque en mi vida no pude visitarlo, pero no entendía por dónde comenzar ¿Qué era? ¿Cómo algo que me parecía inalcanzable lo iba a entender?

Pero la vida a veces te ponen personas que te enseñan más allá de lo que a simple vista vemos, por eso tomé fotos en el Festival de Nuevos Directores. Y no sólo fueron fotos, fue ver el trabajo tras de escena, las semanas de preparación, la entrega y el ritual para consumar el acto.

Conecté con la pasión y me di cuenta que tenemos miedo de lo que somos. Miedo de lo que reflejamos y por eso muchas veces le tenemos miedo a lo que las obras no tienen que decir. Conecté con lo bizarro, lo incorrecto, lo inmoral y grosero de Fando y Lis.

Cuando pensé que no podría verla más de una vez, estaba otra vez sentada sintiendo dolor, risas, náuseas y placer.

Vi personas salirse porque se abrumaban, señoras reclamando que su tiempo era valioso y que no necesitaban ver esta falta de respeto. Todas esas personas horrorizadas de lo que seremos, lo que fuimos y lo que seguimos siendo.

Somos víctimas y victimarios, ejecutores de cada acto atroz y de la bondad más pura, somos lo que queda de la escoria humana y también la esperanza. Pero más allá de representar lo que somos, conociendo el teatro desde un nuevo ojo, solo habla de la entrega.

Entregarlo todo, intentar parar, pero entregarlo y de ahí solo podemos salir triunfadores o muertos.