Doré Uteda's profile

Luna Roja (relato corto)

LUNA ROJA
Capítulo I:
Suicidio y nacimiento

Comprobé en carne propia que lo que está ocurriendo va más allá de todo entendimiento, mis tormentas mentales asolan cualquier sensación de bienestar; no hay escape de esto. Sigo sin saber quien soy, no tengo recuerdos ni memoria. desde que me trajeron al convento sólo experimenté el castigo. Las torturas de los monjes durante el día, las voces y los rostros de un pasado que no reconozco durante la noche. Intente suicidarme pero no hubo caso, mis heridas se cierran negándome la muerte, pero confío en que si les doy lo que piden, esto termine pronto. Mi existencia se siente fugaz, tan ajena a esta realidad que apenas me siento un títere mas dentro de un macabro juego. Lo único real para mí es el instinto animal, guiándome hacia la luz… Creo que el punto de partida correcto para intentar comprender lo qué sucede en Buenos Aires es el relato de cierto sacerdote sobre aquel extraño suceso:

Todo empezó cuando la madre de un muchacho que se había suicidado tiempo atrás pidió hablar con el sacerdote de la iglesia. Es lógico pensar que, sumida en una profunda tristeza por la pérdida, la mujer desvariara, pero no era la única perturbada. Desde el suicidio, toda la familia y, principalmente los niños, habían estado escuchando la voz del difunto como un eco resonando en la casa; un eco proveniente de la habitación. El fenómeno se fue acrecentando hasta la noche en que la mujer, muerta de miedo, tomó coraje y decidió entrar a la misma. El sacerdote apenas pudo imaginar el grito de terror y desesperación arrastrado por las dolidas cuerdas vocales de aquella madre, al encontrarse una oscura silueta en los pies de la cama de su hijo muerto. La luz de la luna filtrándose por la ventana le permitió ver el contorno de aquel ser que describió como una pálida dama cubierta de basura, con alas en lugar de brazos. Nadie durmió esa noche y a la mañana siguiente se presentaron en la iglesia con las pertenencias del suicida. La madre suplicó para que sean bendecidas y “limpiadas”, pero el cura, escéptico de lo que había escuchado, le dijo que podría pasar por las cosas en una semana; creyó que sería buena idea tener un tiempo para observarlas en detalle.

Llegada la noche, el sacerdote preparó todo para el mate y se instaló en el galpón contiguo a la iglesia, donde yacía la Chevy Coupé plateada del difunto... Si me preguntan creo que el sacerdote pensaba alguna justificación para que la familia le permita conservar aquel precioso coche ¿Quién sabe? El resto de las cosas estaban depositadas en una caja de cartón sobre el asiento del acompañante: cartas de amor y fotos de una relación fallida, cds de Misfits, algo de ropa y un par de cuadernos. Cerca de las tres y cuarto de la madrugada el sacerdote se levantó aturdido, estaba agotado, encendió un cigarrillo para fumar antes de irse a la cama y dio una vuelta alrededor de la Chevy, acariciando la chapa reluciente. Al llegar al capó una luz fluorescente empezó a emanar de las rendijas y se apresuró a abrirlo. Sobre el motor encontró desperdigadas las cartas de amor y demás cosas, que estaban cubiertas por un líquido de consistencia similar al semen. Esta sustancia, de destellos ligeramente amarillentos, empezó a condensarse y los objetos se quemaron expulsando un fuerte vapor que hizo retroceder al cura. Con los pulmones abombados intentó cerrar el capó, pero se detuvo al ver como el motor se fundía entre la espesura vaporea hasta convertirse en una baba pegajosa. El cristiano no creía lo que veía, pensó que se trataba de un sueño lúcido. Desde el interior de la baba algo empezó a moverse y un par de manos surgieron empujando hacia el exterior, como buscando liberarse. El cura hurgo entre la sustancia y con sus brazos lo ayudó a salir. Estaba seguro de que nadie jamás había visto un ser tan hermoso: aquel cuerpo poseía una resplandeciente piel blanca y deliciosos cabellos rubios, casi dorados; sus ojos celestes brillaban como gemas y sus delicados labios rosados le provocaron un deseo que no sentía desde antaño. Pero lo que más asombraba de aquel joven perfecto eran las gigantescas alas blancas en su espalda.

– Te... Tengo hambre – dijo y su voz sonó más hermosa que cualquier sonido jamás escuchado
– E...e.. Es un ángel! – dijo el sacerdote y el recién llegado profirió un horrible alarido.

Antes de que el cristiano reaccionará, el joven se levantó y con un movimiento sobrenatural, voló hacia el techo del galpón, rompiéndolo. El cura lo vio alejarse en dirección hacia la luna menguante, mientras las alas blancas se desplumaban en la distancia – Solo es un bebé – dijo entre risas una sepulcral voz femenina. Al voltear la vista, el cura encontró a aquella arpía con alas de basura, idéntica a la descrita por la madre del suicida.

Ya pasó tiempo desde que aquello ocurrió y desde entonces los asesinatos siguen aumentando. Estoy seguro de que ahí fuera no hay ningún ángel protegiéndonos. Es momento de mantenerse despiertos, porque los sueños comienzan a transformarse en pesadillas...

Capítulo II:
Festines límbicos

Desde que llegué, el mundo me resulta bastante entretenido. Obtengo lo que quiero cuando lo quiero y nada se resiste a mi, es la ventaja de ser quien soy. Mi belleza atrae a las personas como si fueran moscas, hambrientos parásitos enceguecidos por mi luz; desean un trozo de mi y yo… yo simplemente no puedo negarme. Estoy seguro de no tener eso que llaman alma, pero... ¿Para qué carajo quiero un alma? Soy perfecto! Aún no lo saben, pero la ciudad es mía, solo me falta resolver cierta molestia que empieza a fastidiarme como una piedra en mi zapato. Puedo sentir a ese idiota acercándose a través de las sombras, y cuando mas se aproxima. Deseo tenerlo en mis manos y arrancarle el corazón, sobre todo después de lo que me dijo ese linyera mugriento. Él me contó que poco después de mi nacimiento, una tumba fue profanada en cierto cementerio suburbano. Un cuerpo fue desenterrado y, mediante un sacrificio animal, lo trajeron de vuelta a la vida colocándole el corazón de un perro. Al parecer esa cosa presentó resistencia, por lo que fue encerrado en un convento, donde se lo adiestró con castigos adecuados para que obedezca ¿Me preguntó si emana hedor a muerto? No quiero ni imaginarlo cerca mío, respirando el mismo aire que entra en mis pulmones.

– ¿Te invito cerveza? – me preguntó una voz casi adolescente que me hizo perder la concentración. Tenía una sonrisa encantadora pero su cabello teñido me resultaba desagradable – llevó un rato mirándote pero no me das pelota – dijo sonrojándose
– Es… es que soy un poco tímido – respondí iniciando mi juego – y me cuesta creer que alguien como vos me mire a mi
– No seas tonto! – dijo ya segura – ¿Cómo te llamas?

Los bares como este son mis favoritos, la juventud acude a ellos como almas convencidas de que sus vidas están perdidas. Cuando me topó con esta gente no puedo evitar pensar que soy lo más parecido a un atisbo de luz y solemnidad en su miserable existencia. Un par de tragos baratos fueron suficientes para que se entregué a mí. Nos tocamos sutilmente mientras comía su boca, después nos fuimos a mi Chevy plateada; los hombres son un poco reacios respecto a subirse pero a las chicas les fascina; a mi en cualquier caso me da igual. Lo importante es saciar el deseo.
Faltaba poco para las tres y cuarto de la madrugada, la chica se alimentaba de mí pero yo sentía esto demasiado rutinario. No me permito creer en la reencarnación, pero de haber tenido alguna vida pasada, seguro fui tan patético que en está me recompensaron, porque ahora estoy satisfecho de cualquier placer. Decidí ponerme al servicio de la pobre desdichada y regalarle su último orgasmo. Estaba extasiada, fuera de sí, su cara reflejaba felicidad. Dicen que los matarifes procuran que el animal esté relajado antes de ultimarlo, para que su muerte no arruine la calidad de la carne – Te amo bebé... – me dijo, siempre espero esas palabras antes de sacar mi estilete y abrirlas en canal; mis víctimas se van con una sonrisa mientras la luz de sus ojos se apaga. No sufren, ya no. Cuando la saqué del auto, las larvas comenzaron a brotar de su interior comiéndose las vísceras; tenían un aspecto negruzco con destellos rojizos que me generaba arcadas, está claro que no son de este mundo. La arpía de basura apareció posándose sobre el techo de mi auto; dejando descansar sus alas compuestas de bolsas plásticas y retazos de sachet blanco. Sigo sin entender como esta cosa horrenda tuvo algo que ver en mi nacimiento.

– ¿Alguna vez tuviste un sexo casual? Es muy aburrido...
– Los festines límbicos no son un juego, estos rituales no son para divertirte Baby
– ¿No querés que te ilumine? ¿Querés saber lo que es un orgasmo?
– Muy gracioso...

Esas cosas grotescas están impacientes por fusionar su dimensión con la nuestra, puedo sentirlo en su insistencia. En cuanto los sacrificios estén completos, la luna roja se va a posar sobre el cielo y yo voy a ser el único ser hermoso que aun conserve la luz.

Capítulo III:
Príncipe enfermo

Cuando cruzó las sombras es como si el tiempo se detuviera, entró a la oscuridad y caminó sin rumbo hasta que regresó al mundo de manera súbita. Mientras mayor es la distancia que recorro, más grande es mi amnesia al volver, por lo que a veces recobró la consciencia en extrañas situaciones. Pero lo que me sucede a mi carece de importancia comparado a lo que el príncipe enfermo ha desencadenado. Los monjes dicen que existe un dimensión distorsionada enlazándose con la nuestra desde que comenzaron los asesinatos. Creen que si la convergencia se completa, las consecuencias serán terribles. Un espiral de locura y muerte devorándose todo. La única esperanza contra esto es frenar los sacrificios del príncipe. Pero si yo apenas puedo creer que todo esto sea real, sería imposible explicárselo a la policía. Los oficiales que me llevaron a comisaría dijeron haberme encontrado junto al cuerpo de una joven de pelo teñido, yo estaba cubierto de sangre, rezando. No soy un tipo con creencias pero los monjes me habían adiestrado para rezar en aquellos lapsos donde perdía la consciencia, por lo que no me llamaba la atención que me encontraran desvariando oraciones religiosas. Aquello tenía sentido para la policía ya que yo vestía una camisa sacerdotal, pero faltaban las pericias forenses para determinar que el corte fatal que recibió la chica no fue hecho con la navaja de barbero que encontraron en mi bolsillo ¿Por qué un sacerdote andaría con una navaja por la calle? Para empezar yo no era un sacerdote, esta camisa pertenecía a un cura que asesine durante mis estados de inconsciencia; en segundo lugar, llevo esa navaja conmigo porque solo provocándome cortes puedo transformarme para que ese tipo no sienta mi presencia. No estoy cien por ciento seguro de esto, pero creo que ambos tenemos una conexión con el otro.

– ¿No quiere llamar a su abogado? – dijo un policía entrado en edad mientras se prendía un cigarro
– Yo no hice nada... sus colegas pueden corroborarlo con la evidencia del laboratorio
– Yo ya vi las pruebas del forense, sin embargo estoy en un dilema… Podría decir que tenemos al culpable justo acá y cerrar de una vez la causa del supuesto asesino serial. Mis superiores empiezan a presionar.

El detective no era muy persuasivo que digamos pero yo podía ver dentro suyo, sabía que en el fondo quería encontrar al verdadero culpable. Le dije que lo más sensato sería empezar interrogando a las últimas personas que vieron a la víctima y que yo, como buen sacerdote que no soy, podría intentar hablar con ellos... como un hombre de dios, por ponerlo de algún modo. A pesar de no haber sido muy convincente y, teniendo en cuenta que todas las marcas en mi cuerpo no ayudaban a darme credibilidad, los oficiales me devolvieron mis cosas y para el anochecer me encontraba de nuevo en las calles. Un pequeño corte en la palma de mi mano bastó para despertar el olfato canino y con el perfume de la chica que obtuve de la camioneta forense, me guie para llegar hasta un bar del Conurbano. Me senté en la barra y le pedí un café al barbudo, estaba muerto de sueño y no dejaba ver esos rostros nublados a mi alrededor, a veces quisiera saber quienes son o de donde los conozco; algunos susurran nombres, otros, sentimientos. Estaba muerto de hambre pero no tenía demasiado dinero así que tuve que conformarme con un trozo de pan que traía en mi impermeable. Transmutar mi cuerpo, aunque solo se tratara del olfato, me generaba un terrible apetito. Antes de que pudiera dar el mordisco, un gato de pelaje barcino subió a la barra desde la otra punta y vino rápidamente hacía mi esquivando las copas de los borrachines presentes. No estaba feliz de darle mi pan, pero a cambio de mi comida me dejo ver a través de sus ojos. Estuvo presente cuando el príncipe captó la atención de la chica. Ahora se que se hace llamar Baby y tiene un aspecto realmente hermoso, un gran jopo rubio a lo James Dean y vestimenta rockabilly. Finalmente conocí el rostro de mi enemigo.

– ¿Dónde estabas? – me preguntó el abad cuando volví al convento – sabes que tienes prohibido pasar demasiadas horas sin reportarte
– No tenía monedas para el teléfono público, además ahora conozco su cara…
– ¿Encontraste al ángel caído?

Su decepción fue notable ante mi negativa, esta especie de cacería religiosa claramente lo afectaba, el Parkinson de sus manos lo delata. Hizo gran esfuerzo por controlar los espasmos pero el pastillero chilló cual sonajero, entonces me dio lo único que yo deseaba, lo único que evitaba que yo los dejara a su suerte sin regresar jamás; esas redondas pastillas, pequeñas lunas rojas que calman las tempestades en mi cabeza, mi único escape de esta afligida existencia.

Capítulo IV:
Corazones rotos

¿Qué pasa cuando un corazón se rompe y llega al borde de la locura? ¿Qué pasa cuando decide quitarse la vida y sus lamentos son escuchados como un eco que resuena en algún rincón ajeno a nuestra dimensión? Aquel corazón se rompió, no solo el amor lo abandonó, sino que él mismo se abandonó. Suplicó tanto como pudo pero al no tener respuestas, decidió arrancar los cables de la pared y se colgó. Su llanto ahondó tan profundo que la maldad gestó un ser utilizando los sueños rotos y los sentimientos corrompidos del suicida, un ángel hermoso, capaz de enamorar a quien sea con su luz; una luz capaz de apagar todo lo que toque con su violenta blancura. Este ángel estaba dejando un rastro de cuerpos por toda la provincia, sin que nadie pudiera hacer nada al respecto. Los escasos testimonios que podían relacionarse solo remarcaban una cosa, su belleza. Para detenerlo, una orden católica desenterró el cadáver del suicida y le devolvieron el aliento mediante un ritual profano, cuyo uso jamás sería reconocido por las autoridades eclesiásticas. Cada cabello de su negro pelaje representaba un pecado, propio o de sus ancestros y solo deseaba morir para terminar con los tormentos de su mente. Sensaciones y dolores que no lograba comprender, porque ya no tenía nombre y recuerdos. Fue aquello lo que el corazón roto engendró, dos partes duales. La luz perturbada y las sombras redentoras. Herramientas sin alma, completamente opuestas,  destinadas a servir como peones para intereses mayores. Las entidades que habitan en la dimensión onírica, esa que mora en nuestras mentes, desean fusionar su realidad con la nuestra. Para algunos quizás esto suene terrible, un mundo de pesadillas y locura. Pero otros, los corazones rotos, aseguran que el dolor desaparece bajo el brillo de la luna roja. Creo haber visitado estos parajes en mis pesadillas, sobre todo en esas de las que me despierto con parálisis del sueño. Las imágenes que conservó no son del todo precisas: un cielo escarlata que se funde con la oscuridad absoluta. No hay estrellas, solo nubes de tormentas. Sus grandes extensiones de maleza marchita cubren las estructuras de ruinas oxidadas, donde reposan cuervos y buitres. Todo allí se siente punzante e insípido, sin embargo al ver la luna posada en el cielo, mis tristezas se disipan.

Creo que la depresión llevó al corazón roto a lugares que nadie quisiera conocer: el resentimiento, el auto sabotaje, las adicciones, el auto flagelo, un sin fin de infiernos que muchas veces transcurren en el aparente silencio de la mente. Me entristece saber que en su momento de desesperación final le haya rogado a esas entidades terminar su sufrimiento. Quitándole todo el misticismo, creo que la policía no se está tomando en serio esos asesinatos con fines rituales. Por lo pronto me enfocaré en armar una sección sobre todo lo que está ocurriendo en la ciudad… Aunque mi única fuente es una carta escrita por ese chico, poco antes de quitarse la vida.

La gente necesita saber lo que otros medios están pasando por alto, y aunque no tengo muchos oyentes, siento que es mi deber. Sin embargo no puedo dejar de pensar que, un mundo donde los pesares son borrados, es tan tentador que en el fondo deseo saber qué sucedería. Qué pasaría si la luna roja se posara sobre nuestro cielo. Quizás por mí, quizás por todos los corazones rotos o quizás solo por ese chico con un cable en su cuello que, como hoy, sigue apareciendo todas las noches en mi ventana.

Capítulo V:
Perro castigado

Amo los sábados a la noche, hay algo en el aire que me hace sentir que el mundo es mío. El clima del verano es perfecto en la oscuridad de la ruta. Mi acompañante insistió en que abra el techo descapotable y se paró dejando ondear su larga melena rubia al viento. Me gustaba su pelo pero no era más bello que el mío, blondo por naturaleza. En la radio sonaba Hotel California, esa canción también me tiene con sentimientos encontrados. No estoy seguro si sea por tratarse del sábado, la canción o el delicado muchacho, pero me sentía bien – ¿Te gusta así? – preguntó mientras me la chupaba, la gente siempre pregunta eso, es como si necesitara reafirmar algún tipo de habilidad sexual que creen tener. De todas formas mis gemidos no eran fingidos, lo estaba disfrutando. Habíamos frenado en un olvidado parador para comprar cerveza y aprovechamos la soledad del estacionamiento para hacerlo. No me sentía apresurado por abrirle las entrañas, además toda esta cuestión de la luna roja me estaba estresando. Necesitaba dispersarme. Estuve a punto de vaciarme en su boca cuando vi esos ojos entre la maleza. Mi semen terminó en el rostro del muchacho, que apretaba los párpados por la molestia – Pudiste avisarme, bonito – maldito animal, deseé retorcerle el cuello pero mi acompañante no pareció molestarse y me hizo volver en mí – ¿Tenes un pañuelo? – metí la mano en mi bolsillo y pude palpar el estilete, sediento de sangre, listo para relucir su brillo. Pero antes de que me atreviera a sacarlo, él llevó sus manos nuevamente a mi entrepierna. Era casi un ángel, como yo. Antes de alcanzar nuevamente el orgasmo, volví a escuchar un sonido entre los pastizales y esa cosa saltó hacía mí.

Mi chico cayó a un lado de la Chevy y yo me golpeé contra el parabrisas quebrando el cristal. Apenas podía retener a esa bestia con mis manos, su fuerza era descomunal, sus fauces ansiaban desgarrar mi perfecto y bello rostro – al fin das la cara perro castigado! – Tenía el aspecto de un dóberman o algo así, pude sentir en él una rabia desmesurada. Logré empujarlo hacía atrás y entonces retomó su forma humana, eso espantó al muchacho que corrió en dirección al parador. Saque el estilete para matar al bello testigo, pero ese idiota se interpuso y recibió la hoja afilada en su hombro izquierdo. Luego se vino hacía mí mientras su forma se alteraba en un canino de mayor tamaño. Antes de que me atrapé, alce vuelo liberando mis alas y justo cuando lo tuve sobre el capó, me deje caer sobre su columna. Soltó un profundo alarido y sentí sus huesos crujir contra la chapa, fue maravilloso, celestial. Mientras se retorcía le arranque el estilete del cuero y por un momento me sentí San Jorge venciendo al dragón. Estaba listo para matarlo cuando súbitamente hundió sus dientes en mi antebrazo. El dolor fue terrible, jamás sentí algo así. Retrocedí y mi sorpresa fue peor al ver que mi carne no se regeneraba. Nunca nadie había logrado dañarme. Creo que él también lo supo, porque dibujó una asquerosa sonrisa. Decidí que era mejor huir y levanté vuelo, no tenía forma de alcanzarme. Mientras desaparecía entre las nubes me lamenté por dejar atrás mi cupé plateada y mi primer testigo vivo. El perro castigado pagaría por todo esto.

Volé herido hasta el campanario de una parroquia. En sus puertas descansaban los sin techo bajo pilas de diario y cartones, uno de ellos llamó mi atención. Ya lo conocía, era el mismo linyera mugriento que me contó la historia del perro. Su boca desdentada y su cara parcialmente cubierta de mugre me daban asco, su ropa no estaba en mejores condiciones. Bajé hasta él y metió la mano entre las porquerías que llevaba en su destartalado carrito de supermercado, sacó una cinta aisladora gris.

– Tápate la herida con esto, esa no va a regenerarse
– Viejo de mierda... ¿Qué sabes vos?
– Al fin te encontraste con tu otra mitad, la única capaz de lastimarte
– ¿Cómo que mi otra mitad? Solo decime como matar a ese pedazo de mierda!
– La disociación definitiva solo es posible durante la noche de la luna roja. La destrucción de los sueños. Lo único que mueve al cuerpo, el perro, y las emociones, osea… vos.

La luna roja, si tanto la desean es hora de desencadenar la pesadilla sobre la ciudad. Voy arrancarle el corazón al miserable ese y ofrecerlo como último sacrificio, arruinó mi cuerpo perfecto. Llegó el momento de hacerlo sufrir.

Capítulo VI:
Las dos caras de la moneda

– La policía encontró el coche del presunto asesino. Se hallaba destrozado en un parador rutero...
– ¿Qué sabe la locutora de radio que lleva semanas siguiendo el caso? Además un análisis a fondo con nuestra astróloga habitual
– ¿Un hombre transformado en perro? ¿Un homicida con alas blancas? Hoy estará con nosotros en exclusiva, el joven que sobrevivió de un encuentro con... – énfasis en la voz del conductor – el príncipe enfermo.

Después de que ese tipo salga volando, empecé a sentirme distinto, creo que fue por haber digerido un trozo de su carne. Volví al convento entre las sombras, imaginando que al despertar de mi amnesia estaría siendo azotado por los monjes. Ellos dicen que es mi precio a pagar por habitar la oscuridad. Sin embargo no entre en estado de inconsciencia. Estaba de regreso y completamente lúcido. Creo que eso los inquietó. Fui a la habitación del abad antes de que su séquito le advirtiera que algo pasaba. El viejo se sobresaltó al verme emerger de las penumbras.

– ¿Qué es ese tipo?
– Te lo dijimos cientos de veces ¡es un ángel caído!
– Esa cosa no es un ángel, lo hice sangrar... y él a mí. La herida que me provocó no sana como el resto. Desde que tengo conciencia me están usando para rastrear a ese tipo. Es momento de dejar esa mierda religiosa y decirme lo que sabe!
– Ustedes... ustedes son las dos caras de una misma moneda y ni nuestra religión ni fe tienen respuestas para este fenómeno – el abad empezó a transpirar y ponerse nervioso. Para ser un tipo que siempre se mostró firme y poco ceremonioso, parecía una criatura indefensa – rezo cada noche para intentar comprender qué ocurre.
– ¿Cómo que caras de la misma moneda?
– Ustedes son un mismo ser, la voluntad de un muerto y el eco violento de su voz.

El viejo me habló sobre cierta investigación de la iglesia que implicó a varios psiquiatras, psicoanalistas y psicólogos; todos ellos tenían al menos un paciente que mencionaba un paisaje onírico, cuyo cielo era iluminado por una luna roja. Decían que bastaba verla para aliviar cualquier aflicción. El hilo en común entre estos eran su capacidad de tener sueños lúcidos, la parálisis del sueño, la profunda depresión y… el suicidio. La recopilación de los testimonios dejaba entrever que aquella dimensión albergaba las versiones más violentas de la mente, regidas por los amos de las pesadillas. La iglesia concluyó que solo se trataba de un fenómeno creado por el inconsciente colectivo, pero luego lo tomaron en serio cuando empezaron los asesinatos ¿el motivo? Varias de las víctimas estaban conectadas de algún modo con aquel suicida, de cuyas pertenencias nació el ángel.

– ¿Y ahora qué vas a hacer?
– Buscar a esa conductora de radio, si sigue hablando sobre lo que está pasando, el desquiciado también va a ir tras ella.

Esto ya no tiene sentido para mí, no soy más que los restos residuales de alguien que eligió matarse... pero si mató al príncipe quizás yo también pueda morir al fin.

Capítulo VII:
Arpía de basura

Tal y como esperaba, el animalito fue al estudio de radio. Se lo veía agitado y parecía dolerle el hombro, a fin de cuentas también lo deje herido. Pobre bestia maltrecha, si supiera que voy a despedazarlo. Mientras trepaba hasta el tercer piso, volé sigilosamente hasta el techo y me posé sobre el borde, para escucharlos. La chica se asustó al verlo, pero él le dijo que no había peligro. Sus siluetas estaban ligeramente iluminadas por una violácea luz de neón que emergió del interior de la ventana.

– Si ese tipo te encuentra va a matarte...
– Él no me da miedo. No creo que haga ningún mal a la gente…
– ¡Mató a mucha gente!
– Un mundo nuevo requiere sacrificios, ¡no lo culpo! Gracias a él se va a terminar el sufrimiento – definitivamente yo no me esperaba escuchar esto pero era cierto – ¿Sabes que? Yo te conocí antes de que te suicides. Eras un tipo desesperado que no soporto que le rompan el corazón... pero también eras una persona muy egoísta y manipuladora. Ahogando tus penas en otras personas
– Yo... yo no recuerdo nada de esa vida… no quiero ver a nadie sufrir
– Deberías, no sos el inocente suicida que crees. Nadie se sorprendió con tu muerte, no hubo lamentos, muchos incluso nos sentimos aliviados de no tener que aguantarte más. Gracias a Baby ya no va a haber gente como vos!

¡Auch! Eso debía doler, extrañamente podía sentir los mismos sentimientos que él. Sentía como se empozaba en el abismo, mientras decía arrepentirse por cosas que ni siquiera recordaba. Es increíble lo que una dulce voz puede generar en otros cuando suelta toda su maldad. Creo que ahora entiendo lo que sienten mis víctimas, pero ella no se me compara en nada. Yo estoy a otro nivel. Pobre perro castigado, ya no había redención en esas sombras por las que caminaba para detenerme – La gente como vos nunca va a cambiar! – dijo ella y pude escuchar como su corazón volvía a romperse ¿Hay algo más cruel que escuchar que nuestros esfuerzos no valen de nada? La mente humana es una cuerda tensada, pero sumamente frágil, que solo necesita una pizca de presión para romperse. Con el corazón ocurre lo mismo, pero este no razona, no hay palabras de consuelo para los sentimientos incomprendidos, para los sueños rotos. El daño era irreparable.


– El príncipe es un mesías al lado tuyo, señor oscuro!
– Por favor... yo... intento salvarte
– Vos deberías seguir bajo tierra! Donde el mundo ya no tenga que soportar tus lastimosos llantos de perro. Nadie quiere verte ¿no entendés que no servís para nada? ¡Sos la única traba entre nosotros y un mundo distinto!

No pude resistirme a la tentación y me deslicé por el aire para presenciar esa escena tan hermosa. Estaba destruido, sus ojos apagados se perdieron en la nada misma; su piel palideció y se encorvó dejando caer su cabeza a un lado. De pronto noté como la mirada de la chica empezó a cambiar, sus ojos se ennegrecieron lagrimeando agua podrida. Entonces mostró su verdadera y horrible forma, insana arpía de basura. Desplegó sus alas plásticas y sujeto al idiota con sus patas de pájaro. Él ni siquiera se resistió, ya estaba perdido, fracturado por dentro.

– Acá está, bebé! ¡Tu otra mitad!

Mientras ella lo sostenía en el aire, apuñale al perro con mi estilete y su sangre llovió sobre los techos. Le arranqué el corazón del pecho, la victoria era mía. Lo dejamos caer sobre un viejo galpón ferroviario. Su rostro era una pintura de infinita soledad, una porción de tristeza que regresaba al silencio. Finalmente devoré el último de los corazones y los festines límbicos fueron completados, el sacrificio final. La noche de la luna roja había llegado y era hora de iluminar al mundo con mi gracia eterna.

Capítulo VIII:
Luna roja


El firmamento se ennegreció fundiéndose con una oscuridad carente de estrellas. Las nubes estaban poseídas por una pesadumbres inusual, llenas de tormentas en sus vientres; iluminando sus grotescas formas, la luz sangrante resplandecía dibujando texturas carmesí. La tempestad se desató y los truenos ardientes hacían traslúcidos los cúmulos oscuros, dejando ver en cada destello los colosales engendros; grotescas criaturas de tamaño inconmensurable, dueñas de anatomías imposibles, que enloquecen a todo aquel que ose alzar la vista. Sus incipientes ojos disfrutaban la vorágine pesadillesca. Estas abominables entidades excretaban su bilis ahogando todo Buenos Aires en un diluvio de aguas grises y ráfagas violentas. El asfalto comenzó a resquebrajarse y hundirse bajo pastizales de maleza marchita y, donde estas escaseaban, podía verse el suelo pudrirse a trozos, alimentando las larvas violáceas. Anómalos cadáveres en descomposición emergían de la realidad distorsionada, esa dimensión de pesadillas, y se lanzaban rapaces sobre las multitudes aterradas; cada uno de ellos era una versión pútrida de quienes perseguían para devorar. Esta vez fue en vano soñar, no había alivio bajo la luna roja, solo la demencia sometiéndonos.

– ¿Este era el mundo al que querías escapar?
– No... no era así en mis sueños… no deseaba esto para mí familia... ni para vos...
– La mente a veces nos engaña. Ya es tarde para arrepentirse...

Entre los edificios vieron acercarse una figura alada, era él, Baby. Sus blancas alas estaban manchadas de sangre – Algo... algo anda mal – dijo el fantasma del ahorcado, pero algo lo estremeció y se desvaneció como una gélida brisa dejándola sola en la terraza.

– Pero si es la famosa periodista... al fin nos conocemos!
– Lo hiciste...
– ¡Oh sí! Ya no puede detenerse!
– Esto no está bien, es todo lo contrario a eliminar el sufrimiento
– ¡Al final solo van a quedar quienes puedan aceptarlo en su interior!
– ¿Y qué sabes vos del interior? Mataste muchísima gente... no creo que sientas nada
– En mi interior todavía laten los sentimientos destrozados del tonto suicida. Aunque no lo creas, puedo sentir ese amor que él sentía por vos! ¡Ahora lo siento!

El príncipe la tomó de la mano mientras flotaba sobre el vacío. Fascinado con este nuevo mundo que se presentaba ante él, Baby ansiaba disponer de él a su antojo. El príncipe la levantó en sus brazos y emprendió su vuelo sobre las afligidas calles, asoladas de muerte y destrucción. Por un instante el tiempo se detuvo y ellos quedaron elevados sobre el Obelisco, con la luna roja detrás, besándose con pasión, hechizándola. Pero cuando nada podía ser más perfecto, una parvada de buitres comenzó a arremolinarse sobre ellos, parecía provenir de las megalíticas figuras en el cielo. Como una ola que se levanta de manera abrupta y brutal, dieron un latigazo sobre la calle y alzaron consigo al linyera harapiento que ya le era familiar al príncipe. Tras él llegó la arpía de basura.

– ¿Qué quieren ustedes? Sean felices correteando entre la demencia que tanto pedían
– A partir de ahora vas a dirigirte a mi como Phlym, gobernante de esta dimensión.

Al fin el infame titiritero que movía los hilos daba la cara, pero Baby no estaba dispuesto a compartir su reinado. Dejó a la locutora sentada sobre la estructura de un enorme cartel y sacó su estilete del bolsillo. Tomándolo por la punta de la hoja, lo estiró como si fuera de goma y este adquirió el aspecto de una enorme aguja. La dimensión onírica no respondía a las leyes de la física y esto los dotaba de grandes poderes. Ambos se precipitaron uno contra el otro con brutalidad pero en escasos minutos, Baby fue abatido por la supremacía del monarca harapiento. El rostro de la periodista fue tapado por lágrimas de desesperación al perder el encanto del príncipe y verlo al borde del fin. La perfecta anatomía del ángel hermoso era desgarrada a trozos por los picos de los buitres, sus entrañas colgaban como los hilos de una marioneta destruida.

Capítulo IX:
Soñadores oscuros

Ahora me toca hablar a mí. Aquella noche me quedé solo, mi mundo se derrumbó sobre mí, aplastándome con el peso del odio. Solo deseaba una llamada, alguna palabra, ella jamás vino a salvarme. Entonces las paredes de mi cuarto comenzaron a achicarse y el oxígeno me ignoraba. El maldito teléfono nunca sonó, supe que nadie vendría así que arranque los cables y los cruce sobre la viga del techo. Abrazaron mi cuello como un salvavidas ajustado para concederme el último deseo, morir. Pero por algún motivo no moría, solo sentía desesperación, tristeza, infinita agonía. Entonces mi mente comenzó a divagar, a recordar aquellos sueños, aquel lugar de la luna roja donde tan bien me sentía, lejos de los letargos del clonazepam. El único lugar en el que me sentí seguro durante mi más profunda depresión. Pude verlo una vez más, la habitación estaba envuelta por oscuras nubes y una voz vino a mí. Se presentó como Phlym y dibujó un espejo enfrente mio que era sujetado por una arpía sonriente; en él pude verme reflejado, pero no era yo, era la versión más hermosa de mí, en la que jamás me convertiría. No en esta vida.

– ¿Te gusta bebé? – dijo la arpía y en su voz sentí el cariño que hacía mucho nadie me daba
– Si al filo de la muerte podes soñar una vez más, podes convertirte él – dijo Phlym

Entonces pensé en el brillo de la luna roja, borrando mi dolor con su luz. Mientras cerraba mis ojos, la arpía me agarró de las piernas y tiró hacía abajo terminándome de ahorcar. Le agradecí y soñé una vez más. Finalmente morí, pero no hubo paz. Entonces me convertí en esa gris ausencia que regresó al mundo en el mismo momento que el príncipe nació. Pero si yo fui la puerta de entrada, también sería la de salida. Encontré mi antiguo cuerpo abandonado sobre el techo de un galpón ferroviario, picoteado por algunos cuervos que no tenían apuro por terminar el festín. Lloraba en silencio como un perro lastimado, ya no era yo, era alguien más y también sufría. No tenía fuerzas para levantarse ni razón de ser y yo lo entendía porque en definitiva fuimos uno mismo. Entonces entendí que yo no era solo lo que me sucedió en vida, dejé de odiar mis sombras y las acepté. Ayudé a esa porción de oscuridad a levantarse; lo ayudé a recordar a mis padres y mis hermanos, a la familia y los amigos que me amé. Lo abracé y le pedí su ayuda. Sé que en ese momento no pudo entenderlo, pero me reconfortó saber que contaba con él, caminaría en las sombras por mí una vez más para terminar esta locura.

– ¿Qué mierda quieren ustedes? – dijo Baby tosiendo sangre, sus ojos ya no brillaban, una lágrima de sangre corría por su mejilla izquierda – ganaron…

Mi corrompida porción de luz había sido crucificada con unos retorcidos y deformes postes de luz que lo sostenían a unos diez metros de altura en medio de la Nueve de Julio. Convertido en santo a la vista de las multitudes mutiladas. Me elevé hacía él, lo solté y el perro lo atajo entre sus brazos, salvandolo de que impacté contra la calle.

– ¿Por qué me ayudas?
– Yo soy el único que tiene derecho a matarte.

Mis dos mitades dialogaban como un todo, imposibles de comprenderse, pero con la inevitable necesidad de aceptarse. Entonces yo acepté que no se puede ser únicamente un ángel o un demonio, la vida tiene matices entre los que tenemos que aprender a fluctuar. Le dije a Baby que nuestra existencia ocurre demasiado deprisa y es demasiado vulnerable como para pretender ser el centro del mundo, y que no necesitamos comérnoslo para llenar un vacío. Yo no podía cambiar su naturaleza, como no pude cambiar la mía, pero confiaba en que él también comprendería que no todo se trata de nosotros mismos. Limpié su rostro y besé su frente, luego sujeté a ambos de las manos y de entre los restos se hicieron uno. Se veía hermoso como el príncipe, pero cubierto de un pelaje pardo negruzco como el perro; tenía un par de alas negras y el cabello enmarañado. Los bauticé como soñadores oscuros. La idea de vencer a Phlym sonaba descabellado, pero siempre fui un soñador lúcido y creí que en una dimensión de sueños eso podría hacer alguna diferencia. Además, si este caos inició conmigo, con lo que queda de mí, terminaría.

Capítulo X:
Mortajas de resiliencia

En el cielo bonaerense, en ese punto del firmamento donde la luna roja resplandece, Phlym había forjado su trono con cráneos y huesos, y este levitaba sobre su nuevo dominio. A su lado la arpía masticaba un brazo, que supe que era de la periodista por uno de los tatuajes que tenía. El señor de los buitres había enviado a sus vasallos para que irrumpan casa por casa. Su séquito estaba compuesto por unas criaturas hechas de deforme carne humana, tres brazos y pelo ceniciento; ellos arrancaban a las personas de sus hogares arrojándolas por puertas y ventanas a las fauces de los cadáveres carroñeros. Sin mediar una sola palabra, los soñadores volaron hacía el trono el monarca harapiento y la dama de basura y ensartaron su mano en el vientre de esta última con una fuerza bestial. Ella empezó a retorcerse sin poder reaccionar y, vio a la periodista tragada salir de su estómago. Yo me acerqué hasta ellos y la ayude a bajar, quedándonos a resguardo del caos.

– Veo que eligieron morir juntos – dijo Phlym
– Así es – dijeron los soñadores con su dúo de voces sonando al unísono
– ¡No pueden vencerme en mi dimensión!
– No… – dijeron sacando la navaja de barbero de su bolsillo, entonces esta aumentó de tamaño – esta realidad nos pertenece. Está cimentada en nuestro cuerpo, corazón y alma.

Apuntaron la rústica espada hacía el harapiento y él se lanzó hacia ellos, pero en vez de cortarlo, plegaron el enorme filo de regreso al mango y la navaja se cerró cercenando la cabeza de los soñadores. Se precipitaron mientras sus alas se desplumaban lentamente y la herida que lo separaba en dos absorbía a Phlym, la arpía y sus legiones en su interior. La unión de mis partes se había cortado a la mitad sacrificándose una última vez por mi. La realidad parecía plegarse y contorsionarse sobre sí misma hasta ir recuperando su forma original. Las monstruosas figuras se derrumbaban marchitándose como un polvo succionado hacía otro lugar. El caos fue revertido como cuando se despierta de una pesadilla, con la tranquilidad de aquello que nunca ocurrió. Los trozos de los soñadores cayeron dentro de la piscina ubicada en la terraza donde deje a la locutora. Allí Baby y el perro emergieron del agua desesperados por una bocanada de aire. Atónita y desconcertada por lo que ocurría, ella los ayudó a salir y los tres se sentaron sobre el borde con las piernas en el agua. Ahí se quedaron hasta que la luna roja se desvaneció en el horizonte.

– ¿Van a dejar de intentar matarse? – les preguntó
– Yo no pienso desperdiciar un según mas al lado del feo este – dijo Baby sonriendo
– Después de todo esto no quiero que nadie más me joda. Quiero Paz.

El perro fue el primero en irse, desapareciendo en la oscuridad de la noche bonaerense; el ángel fue el siguiente alejándose entre las nubes – ¿Todavía estás acá? – ella pronunció mi nombre una vez más y yo le di un abrazo imposible de sentir, pero cálido al imaginar. Aquella fue nuestra despedida.​​​​​​​

EPÍLOGO

Nunca más volví a saber de Baby ni del perro sin nombre, incluso con el paso del tiempo sus rostros se tornaron borrosos en mi mente, al punto de dudar si los recordaba o solo son un collage imágenes capturadas antaño por mis retinas ¿Sucedió algo realmente? Tal vez aún no me despierto, o tal vez no quiero hacerlo. Me niego a pensar que nuestros dolores, tristezas, desamores y depresiones son más fuertes que nosotros; no deberíamos dejar que nada nunca nos quité la capacidad de soñar, aunque nosotros también terminemos siendo soñadores oscuros. Conservaré a aquel chico en mi memoria como una prueba concreta de que no somos lo que nos pasa, somos mucho más, y de manera onírica o verídica podemos ser mucho más que un cuerpo condicionado por nuestras aflicciones.

– ¿Fue este el mayor caso de psicosis colectiva? El principal vocero del gobierno en torno a la cuestión asegura que las supuestas víctimas fueron halladas con vida ¿Acaso hemos soñado con muertos y fenómenos lunares? La gente se niega a hablar al respecto y los principales medios de comunicación hacen como si nada hubiera pasado. Creo que no debemos subestimar estos fenómenos extraños, casi irreales… hay más ahí fuera de lo que nuestros ojos se atreven a ver.
Luna Roja (relato corto)
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