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RECORRIENDO LA TIERRA COLORADA EN MOTO: - 4ta Parte

Lejos de todo e inmerso en un refugio de la selva paranaense Don Enrique está en el último lugar donde a uno se le ocurriría que puede hacerse una construcción. Pero sus cuatro cabañas, en simbiosis con la frondosa vegetación, más el House, no tienen nada que envidiarle al mejor hotel de una ciudad. Apenas llego y me asomo a la galería de mi cabaña, La Escondida, que desborda sobre las aguas cristalinas del arroyo y es pura explosión vegetal alrededor, pienso que no puedo tener la suerte de tener este trabajo. La historia de cómo surgió fue contada más de una vez en esta revista, pero amerita una versión resumida porque el "público" se renueva. Mientras trabajaba como fotógrafo para LUGARES, Gustavo Castaing quedó alucinado con esta zona. Fue en 1999. Volvió tiempo después y compró este terreno de 30 hectáreas a orillas del arroyo Paraíso, con la idea de abrir una posada. Le comentó el proyecto a su mamá, Bachi, y a Daniel, el marido -sus anfitriones-, que enseguida se contagiaron del entusiasmo. El nombre elegido es un homenaje al papá de Gustavo, que siempre sonó con tener una hostería. Y empezaron a crear un nuevo mundo. O se integraron al que ya existía. Un mundo de penumbras húmedas y animales que no conocían. De güembés, pindós, cañas, grapias, bromelias, orquídeas y cedros. De lagartos, langostas, víboras y mariposas enormes Tanto se respetó el orden de las cosas, que los techos de las cabañas se adaptaron a la fisonomía de los árboles.
"Acá está todo inventado. No copiamos nada”, cuenta Bachi, la artífice de la exquisita decoración, las actividades y las comidas que se sirven en el House, con presencia de ingredientes regionales como la boga, la mandioca y el mamón.
Hasta bautizó los tres saltos que están dentro de la propiedad. Su último invento fue un área de juegos para los chicos, con casita en el árbol y una tirolesa. A ella siempre le gustó la jardinería. Cuando vino para acá, quería traer sus plantas de Buenos Aires. Pero se dio cuenta de que ahora tenía el mejor jardín, y que crecía sin ayuda. "Acá todo tiene una función. Hay que tratar de intervenir lo menos posible. Sólo ayudar si hace falta. Cuando te metés, hacés lío". Como ejemplo, cuenta que una vez puso unos bebederos en el deck para que se acercaran los picaflores, y que un día los encontró cubiertos de abejas. "Quizá querés llamar a un animal y terminás llamando al equivocado", reflexiona. Tres años le costó sacar a las abejas de los dulces del desayuno. La clase de geografía, a cargo de Bachi, es una de mis partes favoritas. Hace poco, una señora preguntó si lo que estaba del otro lado del arroyo era Brasil. Ella desplegó el mapa sobre la mesa y la ubicó, como hace con cada huésped. Se lo toma en serio. Apoya su exposición con bibliografía, estadísticas e imágenes satelitales donde muestra los manchones de selva paranaense que sobreviven. Va de mayor a menor. Señala Misiones, la Reserva de Biosfera Yabotí, que está en frente (lo que la señora creía que era Brasil), los saltos del Moconá, El Soberbio, y el camino
sólo apto para 4x4 que lleva hasta el lodge. Acá estamos. En el corazón de la selva. Las experiencias en Don Enrique se superan en emociones. Flotar en un gomón por los rápidos del Paraíso, recorrer senderos que se internan en el monte, atraviesan cascadas y llevan a miradores, o visitar alguna aldea guaraní cercana, como la Yeyí-Miní. Siempre acompaña algún baqueano que conoce la selva como la palma de su mano y cuenta historias de encuentros con animales. Como la del yaguareté que se le apareció en la casa a un vecino y le hizo pegarse un susto de novela. Al final espera un tereré en lo alto de un mangrullo o la opción de recostarse en los camast la terraza del House, cha con Bachi v Daniel, escuchar a los boyeros, tucanes y otras aves que revolotean cerca.



Si se viene de las Cataratas y Moconá, hay que hacer una pizca de esfuerzo para apreciar el Salto Encantado, en el corazón de la provincia. Pero... cada cual tiene lo suyo. Éste impacta por su altura de 64 metros y el enorme cañaaón rocoso que lo contiene. Con áreas verdes parquizadas para el picnic y la mateada, este ex balneario y hoy parque provincial da para pasar toda la tarde en familia.
Hay senderos y pasarelas que llevan a miradores y otros saltos menores, como La Olla y Picaflor. El sendero inferior está clausurado porque se está instalando un teleférico. Aunque hubo voces en contra, en cualquier momento se lo verá atravesando la quebrada. A 30 km, Dos de Mayo es un pueblo pequeño pero con muchos comercios, motitos y un flamante parque municipal con anfiteatro, lago artificial y pista de kartings. A seis cuadras del centro se instalaron Hugo y Graciela Risiglione con sus 14/41 cabañas La Linda. Otros que quedaron prendados de los colores y aromas de la tierra misionera. Rosarinos ambos, con hijos ya crecidos, pensaron que era un buen momento para concretar un sueño. 
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