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Obsesión visual desbordante

El agua siempre ha atravesado mi vida. El río Magdalena está unido a mi sombra. Nací en Barranquilla, Atlántico; y a los pocos días de nacida mis padres me llevaron a Bomba, Magdalena. Recorrí ese majestuoso río desde que mis primeros latidos conocieron este mundo. El Caribe colombiano es lo que tengo cerca, el río Magdalena es mi cómplice. La vida me tiende puentes para que siempre regrese y lo redescubra cada vez que obturo.

En ese río están mis recuerdos de la infancia. Estoy segura de que en ese río están las nostalgias que alguna vez perdí, aunque se diga que acudir a la nostalgia es peligroso.

El Magdalena se besa con la ciénaga de Zapayán, ese cuerpo de agua en el que nadé hasta no sentir los brazos. No olvidaré a las lavanderas y los pescadores que día a día se encontraban en el puerto y hablaban sobre la vida, sus alegrías y sus desesperanzas. Nadaba y me sumergía. El barro, mis pies y mi imaginación no conocían al tiempo. Siempre he creído que el agua fue una inmensa ventana que me acercó a un mundo anfibio, un mundo inolvidable de conexión y movimiento.

Desde la orilla o con el agua hasta la cintura bebo de esta agua a través de las fotografías que nacen. Y aunque ya no vivo cerca del río ni de la ciénaga, vuelvo siempre y alimento mi obsesión visual. El agua crece en mí y cuando se desborda vuelvo a nacer.

Agua, perdóname cuando me alejo. Si tú me besas, soy toda tuya. Tuya soy, río.

Cuando deje de fotografiar seguro me marchitaré y morirá mi memoria, eso es lo peligroso.
Agua, perdóname cuando me alejo. Si tú me besas, soy toda tuya. Tuya soy, río.
Obsesión visual desbordante
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