Recorrer lugares en solitario sin contemplar la belleza remota que existe en cada calle, edificio, escultura, solo nos habla de lo separados que estamos de esta sociedad. Muchas veces nos percibimos como títeres de este sistema, sometidos a redes tecnológicas donde lo único que nos relatan son tragedias sociales, comenzamos a sentirnos indefensos, desprotegidos y débiles. También, ligados a una vida rutinaria y monótona por el solo hecho de cumplir con los prototipos de vida: estudiar, trabajar, casarse y tener hijos. Todo nos lleva a caminar en una burbuja, desconfiados, cegados a lo que nos rodea. Nos olvidamos de lo que existe en nuestro entorno, nos olvidamos de la empatía, de lo gratificante que es un saludo o de entregar una simple y dulce sonrisa. En cada paso observamos arte plasmado en arcaicas murallas, arquitectura añosa escondida entre edificios modernos y vistas que nos liberan de recuerdos o situaciones que alteran nuestra mente. Levantar más la mirada y entregar a nuestros ojos lo bello que a veces se ve la vida.

Caminar solos, sintiendo nuestras más íntimas emociones, conectando con ellas y dejándolas brotar. Somos seres sintientes, ocultarlas solo nos lleva a hundirnos en atormentados pensamientos, y a desgastar la esencia que nos hace únicos en este inmenso territorio energético. Sin nada, ni nadie que interrumpa de manera abrupta nuestro espacio personal, podemos lograr andar por cada lugar e internarnos en ese pasadizo secreto que reservamos por miedo a expresarnos tal cual somos. Aprender a oír nuestra soledad dejándonos vivir, vivirnos, sentirnos, querernos, aquí, ahora y en cada momento.

Apartada de la multitud agobiante. Sumergida en las calles de la capital logré captar estas fotografías. Nueva en estos andares diarios por la ciudad, percibo en cada paso abundante desconfianza, un diario vivir a alta velocidad, notoria mirada fijada al suelo y una demostrativa apatía. Conmovida en cada esquina por atender a esas miradas perdidas en la costumbre de sus vistas, olvidando alzarla para poder apreciar que nada es igual al día anterior. Sorprendida por el desprecio y el rechazo de la gente al verse amenazada ante la invasión de un clic. Cada sensación me lleva a pensar en lo desconfiados que vivimos el día a día, no solo del entorno, también de nosotros mismos. Olvidemos por un instante lo estresante que a veces se siente la vida, y entreguemos a este mundo careciente de amor un poco de lo que realmente somos, con más autenticidad y sin miedo a equivocarnos, sin juzgarnos y sin juzgar, trabajemos en nosotros, en nuestros tiempos a solas, y así, el cotidiano andar se transformará en la cotidiana felicidad.
 
Natalia Valenzuela Sánchez.
Calle
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