La muerte suele ser muy dolorosa para aquellos que nos ven partir. Decía mi mamá: “Cuando muera, no quiero que me llores, pues estaré esperándote en un lugar mejor”. Y quizá tenga razón. Ese momento de transición entre una vida y la otra es una sensación plena, llena de paz, que solo aquellos que logran sobrevivir a su fin son capaces de explicar. Por eso, algunas personas los tildan de mentirosos y hasta de locos, pero ¿acaso no todos lo estamos?

Soy Fidel, y a mí me arrebataron la vida un 30 de febrero del año 2020. Hacía apenas una semana que había cumplido los 26 años, cuando un auto a toda velocidad se subió a la berma por donde caminaba de regreso a casa y acabó con todas mis ilusiones. Y las de mi familia. 


Lo extraño es que no todo acabó aquella trágica tarde. Ahora mismo, me encuentro en un lugar que no sé bien cómo describir. Una especie de universo paralelo entre el mundo que me vio nacer y otro que no estoy seguro de si existe o no. Aquí, conviven en desequilibrio el bien con el mal. O mejor dicho, compiten. Algo muy parecido a estar en la tierra, pero gobernado por un ser supremo maligno de tres cabezas y tres metros de altura, llamado Ramseo. Hay rumores que afirman que se trata del mismísimo diablo, pero según la biblia Satanás solo está en el infierno. Me pregunto si es allí donde me encuentro. Lo que sí tengo claro es que es por culpa de él que sigo aquí, sin poder pasar hacia la luz que muchos dicen haber visto. Mi futuro aún es incierto, no sé exactamente qué es lo que me espera. Lo único seguro es que el líder de este limbo se sigue alimentando de nuestra energía, hasta que no quede nada de nosotros. Eso explicaría el porqué me siento más cansado ahora que cuando recién llegué, hace ya más de un año.

Afortunadamente para mí, dos semanas atrás llegó Julián. Un señor de 46 años, proveniente de una familia muy católica, quien cruzó el halo de la muerte a causa de un infarto al corazón. Al inicio, le costó mucho acostumbrarse a este mundo vacío, sin esperanza alguna. De hecho, aún le cuesta. Pero debo admitir que es gracias a él, y a su creencia religiosa sobre la existencia de un paraíso, que estoy planeando cruzar hacia la luz, en compañía suya y de otras dos personas más (Muriel y Josefina). La verdad, me gusta pensar que quizá hayan sido ciertas las palabras de mi madre y esté allá, esperándome en ese “lugar mejor” del que alguna vez me habló. Llevamos apenas un mes planeando la estrategia que nos dará ese tan ansiado descanso eterno.

Pero como toda buena idea, también tiene sus riesgos. Resulta que, a las tres semanas de iniciar con el plan, los cuatro estuvimos a punto de ser condenados a permanecer eternamente en los calabozos, de donde nadie nunca logra salir con vida (si es que así se le puede llamar a esto). Protras, la mano derecha de Ramseo, atrapó a Julián husmeando en los alrededores y tomando notas sobre todas las características de la zona. Y pese a que mi gran amigo no nos delató, los rumores sobre quiénes integraban el clan llegaron a oídos del guardián y líder del lugar. Es así como fuimos encerrados, durante días, en unas celdas tenebrosas ubicadas un piso más arriba de los calabozos finales.​​​​​​​


Josefina había sido una mujer muy hermosa en vida, y aún quedaba algo de lo que fue aquella joven y dulce chiquilla de 21 años, estudiante de educación inicial. Por eso, desde que murió y llegó aquí, Ramiro ha estado irracionalmente enamorado de ella. Motivo suficiente por el cual, al tener a su amada encerrada y con el miedo de no volverla a ver jamás, decidió entregarse y echarse la culpa de lo sucedido. Afirmando que fue él quien corrió el falso rumor de que fuimos nosotros los que planearon la supuesta huida y aceptando ser condenado a cambio de nuestra libertad.

Es viernes y son poco más de las cinco de la tarde. Ya tenemos el perímetro analizado. Cinco seres de cada lado, tres por delante y otros tres en la parte trasera. Son once en total. Ramseo nos tiene a todos muy vigilados y el área circundante asegurada ante cualquier intento de escape. Tenemos entendido, según la experiencia de algunos, que el haz de luz llega dos kilómetros hacia el Oeste, cada semana al anochecer. Y hoy cruzaremos la barrera para, finalmente, dejar este mundo y encontrar el descanso eterno.

MICRORRELATO
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