El momento en donde ambos compartieron el mejor sexo de sus vidas se convirtió cinco minutos después en el más desgraciado.
La angustia los envolvía. El miedo de volver a esas vidas que creían reales los paralizaba.
Hacia ya casi un año que todos los jueves los mejores amigos se amaban en secreto.
No es que ambos tuviesen parejas y debían mentir, solo que el destino, la casualidad o vaya a saber uno que, había juntado dos almas que no aceptaban y rechazaban lo que eran. Cristian quizá por ser ese macho alfa como lo llamaban en el equipo de rugby y Adrián por ser hijo de personas con descendencia musulmana, donde todavía hoy en el siglo XXI condenan entre otras cosas a un gay.
Era tan tortuoso para ambos el momento después de coger que más de una vez hablaron de poner fin a esa relación, pero duraba hasta el jueves siguiente, donde las ganas y el deseo de uno por el otro era tan intenso que caían de nuevo en esa cama de hotel.

Pero en esta ciudad no sólo ellos buscaban llegar a ese telo para cumplir sus fantasías.
Ofelia con sus ya cuarenta años, los mismos jueves y a la misma hora, cruzaba con una bolsa tipo shopping, sola la puerta de la habitación catorce. Sacaba su juguete sexual favorito, aquel gran oso de peluche que sus amigas le habían regalado para sus quince años y comenzaba con aquella fantasía que la perseguía hacía años, y con la que había logrado reconciliarse un tiempo atrás luego de varias sesiones de terapia, después de relajar su cabeza, dejarse llevar por la imaginación y gozar. 
No le estaba haciendo un mal a nadie, o bueno sí, quizá a ese oso de peluche que jueves a jueves ensuciaba con sus fluidos. Se había planteado la idea de comprar otro, pero sabía muy bien que no sería lo mismo.

Y si de fantasías va todo esto, entre dos, de a uno o entre varios. Lo prohibido, lo no tanto. Lo aceptado o lo censurado. Lo loco, lo gritado o silenciado, en ese último caso, esta Sebastián, que se le estaba complicando no coger con su  novia sin pensar que estaba en un baño cualquiera siendo tocado por otro hombre.
En la realidad no le excitaban los hombres. Pero cuando llegaba el momento y su mujer empezaba a tocarlo cerca de su esfínter y por el perineo, su imaginación se disparaba y lo volvía loco de placer. 
Necesitaba empezar a buscar otras fantasías porque tenía miedo que esta sea la única que pudiera hacerlo acabar. ¿Dónde quedaría su mujer y las fantasías con ella? Esto le estaba quitando el sueño.
Se lo diría, sí. Carmen necesitaba saber qué le estaba pasando. Sentía que en un punto la estaba engañando y no se lo merecía. Ella iba  entender seguro. Por ahí podrían comprar juntos esos estimuladores prostáticos que dicen ser geniales y que supuestamente a los hombres le da un placer increíble.. Quizá sentir esas sensaciones lo ayudaban a enfocar su imaginación en otra cosa. ¿Tan seguro estaba? mejor no, el estimulador prostático no.

Y así miles, millones de fantasías. Por lo menos una por persona adulta o sexualmente activa en este planeta. Incluida yo. Sí, yo. 
En mi caso el problema no son las fantasía. Sino yo. Mi cabeza represiva y yo. Me da ansiedad todo esto y mucha. Somatizo todo. Y me da miedo y no logro entender que no soy más que una de esas miles de millones de personas que tiene sexo con la cabeza antes que con el cuerpo. 
Encima disfruto del placer y aún así lloro y tiemblo cuando muchas cosas, que son simplemente eso, fantasías, creo se pueden convertir en realidad.
¿Quién soy? ¿En quién o qué me puedo convertir?
Quiero salir corriendo y luego me acuerdo que hoy no garchamos. Haceme unos masajitos que ya enseguida me caliento. Y es en ese preciso instante, esa media hora mas o menos, ese orgasmo final que barre por un tiempo, a mi gusto corto, a mi cabeza represiva y a mi ansiedad.
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