Me costó encauzar el sentido del proyecto. Sabía en qué lugar lo quería realizar, pero no sabía cómo enfocarlo. La idea principal era la de relatar el paso del tiempo de los perros abandonados en la perrera municipal, para los que un día es igual que el siguiente y que el siguiente del día de después.
Finalmente me di cuenta de que, precísamente, lo que ellos necesitan no es que se conozca el tiempo, sino el espacio en el que se mueven.
Mi intención es la de hacer sentir al espectador la forma en la que padecen los animales de la perrera municipal la falta de movilidad y el deseo de libertad debido a la limitación de sus espacios.
Un punto esencial que he querido plasmar y he tenido muy en cuenta a la hora de realizar las sesiones de fotografía es la de no centrarme tanto en los propios animales, para dar lugar a una serie de contrastes que reflejan el cautiverio en un espacio abierto.
Quiero que quede patente lo espacialmente cerca y a la vez tan lejos que se encuentran de la libertad que tanto ansían, siempre delimitado por unas cuadrículas de metal que les separan de un vasto campo alrededor de ellos.
La primera vez que pasé por el pasillo en el que se encuentran todos los cheniles no la olvidaré nunca. 
Más de noventa perros ladrando al unísono, en estéreo, a ambos lados de tu cabeza, tan molesto como unas uñas en una pizarra. 

Caminas recto por el pasillo y el sonido de sus ladridos es tan fuerte que no puedes ni oir lo que estás pensando. Sigues caminando, miras a ambos lados y crees que todo eso se debe a la agitación de ver a alguien nuevo por ahí. 
Tú sólo les miras y es entonces cuando empiezas a sentir culpa. 
Empiezas a entender que los ladridos no son porque eres el primer desconocido que ven en mucho tiempo, sino que ladran porque no haces nada por ellos. 

Necesitan salir de ahí, te lo están pidiendo. Su espacio es muy limitado. 
En el mejor de los casos algunos llevan "sólo" siete días sin salir de sus cheniles. Son ladridos a la desesperada. 
Los nervios se generalizan y algunos empiezan a atacar a otros. Es tal el ruído, la tensión y el desasosiego que no puedes avanzar más. Decides volver atrás. Sales de ahí. 
Dejan de ladrar. Vuelve el silencio. Como si acabases de parar un mal sueño.

Al salir, pregunté al trabajador:
- ¿Cómo podéis acostumbraros a esto?.
- A esto nunca te acostumbras. Respondió. 


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