A casi 41 años del primer recital de la mítica banda, recordar sus comienzos es una forma sentida de agradecer su legado inmortal al rock nacional.
Eran casi las doce de la noche. Y como en cada celebración de año nuevo, la expectación iba creciendo. Las copas que se iban llenando de champagne, la familia mirando el reloj, petardos, bombas de estruendo, algún que otro fuego artificial, perros ladrando, niños corriendo. Pero en el coqueto chalet de la localidad bonaerense de Hurlingham, el inicio de 1982 fue distinto: la noche se transformó también en música. Una banda animaría de modo amateur la velada y revolucionaría para siempre, más adelante, la escena rockera nacional.
Esa noche del 31 de diciembre arrancaría la historia Sumo con un recital espontáneo, amateur, pero con impronta de eternidad. El escenario fue el jardín de los McKern; el público: la familia y los amigos que fueron para brindar. Allí la banda sonó muy bien por primera vez y ganó un poco de confianza al calor de la gente más cercana y querida.
«Fue un recital muy familiar. Estaban mi madre, mi hermana, mi cuñado, unos amigos. Se armó un recital espontáneo, pero de alguna manera les dio un impulso, fue una especie de bautismo de gracia y confianza que los prepararía para salir al ruedo más adelante», contó el amigo de Luca Prodan, Timmy McKern sobre aquella instancia crucial en la vida de la banda.
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