Cielo Invertido
“Somos polvo de estrellas
que piensa acerca de las estrellas.”.

Carl Sagan
Todos vimos alguna vez esa gran salpicadura blanca en el centro del cielo oscuro como un manto. Los griegos aseguraban que Atenea, la diosa de la sabiduría, convenció a Hera de que Heracles mamara de ella,​ ya que era un niño muy lindo, pero Heracles succionó la leche con tal violencia, que lastimó a Hera, quien salpicó al universo formando nuestra galaxia: la Vía Láctea, compuesta, a la vista del ojo humano, por pequeños puntos de luz agrupados azarosamente, pero cuyos grumos le dan la unidad en una gran banda que cruza el cielo de horizonte a horizonte.

Rozitchner posiciona a “la experiencia arcaica materna” como núcleo afectivo en el cuál la “lengua materna” (el alma) se inscribe como escritura en el ser, dejando una huella que aflora desde las profundidades del cuerpo: el alma es la misma huella que ha dejado la materialidad al concebirnos. Concebir y comunicar es el fin de la artista, investigar es el proceso personal para lograrlo, por eso los conceptos extremadamente polisémicos en sus obras dan cuenta de un vuelo poético muy cercano a la filosofía. “Es nuestra madre, Gaia —aventura la artista—, quién nos habla a través del lenguaje de las aguas, sobre nuestro antepasado cósmico, el cuál llevamos en nuestro interior, pero también de su presente, en una poesía natural de imágenes efímeras”.

El pueblo khoisan del desierto de Kalahari en el sur de África cuenta que hace mucho tiempo no había estrellas y que una niña, que estaba sola y quería salir a visitar a otras personas, arrojó brasas al cielo para poder ver el camino y así creó la galaxia. En una colección hindú de historias, todas las estrellas y planetas visibles se mueven a través del agua que es el cielo y los pueblos del este de Asia creían que era el "Río Plateado" de las alturas. Los aborígenes kaurna de las llanuras del sur de Australia, ven a la franja como un río en el mundo celestial.

Melanie Dealbera emprendió desde sus inicios como artista visual una investigación que intenta develar el lenguaje y la comunicación entre el fluido del cielo: la luz y el fluido de la tierra: el agua. Sospecha que allí puede explicarse algún tipo de materialidad del alma, la cual se inmiscuye en sus trabajos dotando a toda su búsqueda artística de un carácter profundamente espiritual: desde la reacción del estaño al agua atrapados en resina sintética como pequeños souvenirs de expiaciones emocionales en su primera obra, hasta la instalación en proceso donde los reflejos en el río atraviesan una placa metálica perforada hasta la vista del paseante, quien puede captar ese lenguaje codificado en pestañeos irrepetibles de luz en cada observación, abstraído de cualquier entorno. Es una especie de traductor binario del cielo diurno.
De alguna manera, define así al ser por sus límites, el cielo, y el agua. Nosotros, meros observadores del absurdo universo, estamos en medio, es decir, en la tierra, que contiene al agua. Pero en la modernidad, el ser parece cada vez más interferido por dispositivos tecnológicos. Artefactos que nos comunican con lo que vamos perdiendo, los conocimientos arcaicos de la naturaleza. La leche derramada.

En esta obra (instalación) en concreto, nos encontramos con casi dos metros cuadrados ocupados por una alfombra de hule lisa de 1mm, calada, con incorporaciones de sistema de luces led alimentada con pilas comunes, sobre estructuras de caño de hierro redondo de ⅚ pintadas. El hule, caucho, que hace las veces de cielo invertido, río estrellado, remite a las profundidades de la tierra: los cadáveres de dinosaurios: el petróleo, que al igual que el caucho, transformó la política y economía del mundo en la revolución industrial, y además de provocar millones de muertes -sobre todo en el Congo y Brasil, todas negras, como el producto resultante- está acabando con los ríos del mundo. Carne de negro en tira. En esta instalación, ese cuerpo en tira gomoso, yaciendo ondulado sobre tristes soportes, es un cadáver al que el tiempo y las circunstancias han aplanado, exhausto, sostenido apenas por las estructuras sociales que a duras penas le mantienen la columna unida como puede. “Siempre —explica Dealbera—, siento que mis obras son cuerpos de personas”.

Esta montura textil lumínica evidencia una precariedad como testimonio de nuestra sociedad envejecida que ya no resiste más maltrato y a la cual le cuesta sostener lo arcaico. Pero hay algo que no envejece, algo que se mantiene incorruptible a pesar del tiempo o la enfermedad: la mirada. Esa chispa de vida, esas estrellas de la esperanza y el alma están en los ojos de nuestros ancianos, de nuestros pares enfermos. Allí no hay mentira, allí está lo profundo del pozo, donde el agua es clara. La mirada de nuestra condición humana son esos millones de ojos perpetuos en el cielo. El mundo cambia, el cielo no. Atravesar un hule negro con luces led es configurar ese cielo. Ese discurso de esperanza.
Dealbera va encontrando sentidos y conceptos a medida que imagina y construye, los pone a dialogar, a discutir, a relacionarse, problematiza la sustancia de los materiales al borde del desquicio. Pero la artista no se aparta a mirar, las sensaciones provenientes de su biografía atacan a la obra como tarántulas exploradoras, pero también, como manos que acarician a lo único que le queda en este mundo hostil y moribundo. La obra va hablando, pidiendo, sea cuerpo vivo, enfermo o muerto: y lo hace a través de la mirada única, que construye algo a disposición de la mirada del público consumidor.

La única ventana al espíritu que se resiste es la corrupción de la carne y el tiempo, que seguirá latiendo aun cuando ya nada tenga sentido. Entonces permanecerán el arte y la luz, la mirada y el agua.



Pablo Giordano

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