EL SECRETO
Caminando muy tranquilo por las calles de La Costa iba Ricardo. A un paso lento, disfrutando del paisaje y de la gente. Se podría decir que hasta se le esbozaba una sonrisa en su rostro. Iba de camisa manga corta y unos jeans sueltos. El día era casi ideal para Ricardo, y fue perfecto un momento después. Había sol pero una fresca brisa acompañaba al clima.
En una de esas, un perfume vino hasta su nariz, y notó a una mujer que iba delante de él, bastante lejos. Tenía unas piernas maravillosas y resaltaban mucho más con los tacos aguja que llevaba puestos, con mucha elegancia. Su figura era brutal y no le podía sacar los ojos de encima. Y el pelo… largo y ennegrecido, con un brillo despampanante.
En la calle cinco la vió doblar, y fue a seguirla. Quería alcanzarla para pedirle su número o por lo menos para hablar con ella. Notó que se metió en una casa y de reojo le pareció conocida. Cuando se acercó notó que ¡Era la casa de su amigo! No podía creer la chica con la que andaba, y encima la confianza que le tenía para darle la llave. Y se lo tenía bien guardadito porque no le había dicho nada.
Ricardo se fue hasta la casa y notó que la puerta había quedado entreabierta. De chusma y entrometido que es, se metió a la casa diciendo:
—Ay, ay, Rubén. Te lo tenías bien guarda…
Sus ojos se clavaron en los objetos que estaban tirados por el piso. Los zapatos agujas, un pañuelo que llevaba y… una peluca negra. Lo miró a Rubén y notó que este llevaba falda y una blusa, ni hablar del rostro maquillado.
Rubén solo atinó a decir,— Sí Ricardo, bien guardadito lo tenía—, mientras se desmaquillaba la boca.
A. G. Vivori
El secreto
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